“El tendón más
pequeño de mis manos
avergüenza a toda la maquinaria modernas”
(Walt Whitman)
El avance de la robótica y las
inteligencias artificiales (IA), tienden a producir una nueva teorética en cuanto
a la reflexión, abordaje e interpretación de sus impactos, en el presente
contexto, y la marcha a un posthumanismo tecnológico. Las ideas, proyecciones y
escenarios futuristas, son planteados cada vez con más incertidumbres que con
certezas.
Los
servicios tecnológicos desarrollados por empresas del ramo, como los producidos
por OpenAI y su GPT, que es el “Modelo Predictivo de Lenguaje Generativo”,
pueden crear textos automáticos y coherentes. Presentan nuevos programas con
una cantera de ideas sobre su funcionalidad y alcances frente a lo que puede
hacer y lograr el individuo humano. Actualmente, en laboratorios de altos
estándares de creatividad y competencia, existen desarrolladores —auspiciados
por importantes capitales y academias—, creando alternativas y soluciones
tecnológicas, en el mundo molecular, atómico y cuántico. Lo hacen en áreas como
la física y la biología, sobrepasando sus propias expectativas. Al gran público
llegan pocas informaciones de esos experimentos. Las acciones en el mundo cuántico
realizadas por los desarrolladores dejan pequeña la imaginación. La ciencia
está entrando a los infinitos, develando verdades que décadas atrás, eran
consideradas del mundo sobrenatural.
El individuo cíborg y la realidad controlada
El individuo cíborg está entre
nosotros hace cierto tiempo, desde las prácticas de los implantes en el cuerpo
humano. Recordarán algunos lectores una serie de televisión producida entre el
1973-1978 que se titula “The six millón dollar man (El hombre nuclear)” —un
humano con implantes tecnológicos de forma robótica— protagonizada por Lee
Majors y Richard Handerson. En el introito de cada capítulo salía la voz del
narrador: “Steve Austin, astronauta, su vida está en peligro, lo
reconstruiremos, poseemos la tecnología para convertirlo en un organismo
cibernético, poderoso, superdotado… ¡El hombre nuclear!”. Quizá muchos pensaron
que toda esta versión cinematográfica provenía del confín de la imaginación de
sus productores. En cierta forma, así era en muchos aspectos, pero estaba
basada sobre principios fundamentales del desarrollo de la tecnología. En el
2023 esa serie televisiva cumplió 50 años de su primera filmación. Los
cinéfilos y espectadores pudieron apreciar
en esta película un prototipo de un humano-robot, de un individuo
cíborg.
Otra
película, “Matrix” (1999), pone a pensar sobre la verdadera naturaleza de la
realidad, donde se habla sobre una realidad controlada. Incluso, citando la
teoría de Nick Bostrom (2003), filósofo Sueco de la Universidad de Oxford,
donde plantea la posibilidad de que la realidad humana fuese producto de una
simulación. Esta sigue siendo una hipótesis teórica sobre la realidad y sigue
siendo objeto de debates en la comunidad científica y filosófica, por
complejidad en simular una realidad con coherencia. También, el mismo Bostrom
trata sobre la etapa posthumana como un estadio “donde la humanidad ha
adquirido la mayoría de las capacidades tecnológicas que actualmente se pueden
demostrar que son consistentes con las leyes físicas y con limitaciones de
material y energía” (Bostrom, 2003).
Esos
estudios de la realidad, ser, espacio y tiempo, han movido a filósofos y otros
científicos, como Platón, Aristóteles, René Descartes, Immanuel Kant, David
Hume, Martin Heidegger, Soren Kierkegaard y
Ayn Rand. Diversas teorías y abordajes temáticos, han escrutado la
realidad y la han clasificado como —en el caso de Kant—: fenoménica y
neumónica; y además, de otras naturalezas.
Ante
la complejidad de la definición de la realidad y las limitaciones del
conocimiento humano para crear categorías absolutas, otro tipo de realidad es
abordada a partir de las tecnologías, y con ellas, el uso de las inteligencias
artificiales: nos referimos a la realidad virtual. Una realidad simulada y
ajena al entorno real o físico. Estas experiencias de inmersión, amplían el
campo conceptual de la realidad, la cual extiende sus dimensiones.
Los
actos de percepción, interpretación, análisis y asunción de la realidad —unido
a los sentidos de tiempo-espacio— son enteramente de humanos. Todo acto de
aproximación y búsqueda de la verdad y su esencia, se puede convertir en un
acto de naturaleza filosófica, a partir de los métodos y las técnicas
utilizadas, no para ser de tajo concluyente, sino para avanzar y disfrutar de
la expansión del conocimiento sobre el sujeto u objeto tratado.
La realidad generada
Las capacidades humanas permiten
el descubrimiento y elaboración de conocimientos de nuevas formas de percepción
de realidades, pero cada una de ellas es un producto inacabado por los
limitados alcances de esas capacidades. Habría la posibilidad del
ensanchamiento, como se ha presentado anteriormente. Todo estaría sujeto a la
evolución orgánica del cerebro, del pensamiento y la praxis generativa y
creativa.
El
uso de las tecnologías ha ayudado a la evolución del pensamiento y viceversa.
La creación de realidades virtuales es producto del ensanchamiento del umbral
cognitivo y su puesta en práctica. Se tiene acceso a múltiples dimensiones en
la construcción de la realidad que antes no era posible hacerlo.
La
robótica y las inteligencias artificiales, aportan incertidumbres. Se aprecia
al aproximarse al complejo mundo computacional, con algoritmos, creadores de
formas autónomas de lenguajes, la mayoría de las veces de difícil
interpretación entre humanos.
Es
notable el avance de unidades robóticas con autonomía, que responden a sensores
especializados, obteniendo informaciones para proceder a tomar decisiones
consideradas propias, pero todas dentro del campo esquematizado por sus
programadores.
La poesía producida por inteligencias artificiales
Ya se han presentado diversos
programas desarrollados dentro de las inteligencias artificiales que son
capaces de tener un lenguaje generativo, a partir del acceso a informaciones
contenidas en sistemas de almacenamiento de datos. Se ha popularizado el uso de
Chat- GTP-3 y otros, donde generar textos poéticos con cierta calidad resulta
ser obtenido con más rapidez que los producidos por excelsos poetas. Esta idea
—unida a los robots que pueden producir su propio lenguaje—; incluso, con la posibilidad
de poder comunicarse de forma autónoma con otros robots, puede hacernos
plantear estas preguntas: ¿Los robots pueden sustituir a los poetas? ¿No serán
necesarios los poetas porque tendremos máquinas que generan textos con mejor
calidad que los escritos por humanos? ¿Podríamos comprar, si así lo deseamos, a
robots poetas?
Quizá las respuestas a estas
preguntas pueden hacerse de forma conjunta, porque están ligadas unas a otras.
Eso sería posible cuando los robots logren su autonomía en la creación del
lenguaje. Cuando salgan por las calles, con voluntad propia, fuera de todo
control. Durante el Homo sapiens tenga control de la robótica y las
inteligencias artificiales, que sean producto de programaciones generadas en la
mente humana, no habrá robots poetas con la autonomía de humanos. Hasta
entonces, la poesía producida por las inteligencias artificiales, sería el
resultado de una creación humana, o de un accionar o acto de la voluntad
humana, aunque los robots respondan a estímulos y expresen sentimientos y
emociones de forma simulada, mediante aprendizajes profundos, base de datos y
descriptores del habla.
Traemos el caso del robot WASP
(Wishful Automatic Spanish Poet o aspirante a poeta automático español),
desarrollado por Pablo Gervás, doctor en Informática e investigador del
departamento de Ingeniería de Software e Inteligencia Artificial de la
Universidad Complutense de Madrid. WASP, tiene la capacidad de producir
poesías. Lo hace porque, según Gervás: «Tiene una parte matemática clara:
contar sílabas, buscar rimas, medir estrofas, todo eso que parece algorítmico
sería lo fácil. Pero queda todo lo demás, que lo que cuente tenga interés y
sentido, y de ahí nace la necesidad de generar esas narrativas con la
inteligencia artificial» (Prado, A. 2017). Sin embargo, también argumenta, a
ludiendo a la poesía que produce el robot, que: «La poesía que hacemos no tiene
sentimientos, pero los poemas sí parecen reales. No tan buenos como los que a
mí me gustan, pero mejores que otros difíciles de entender” (Prado, A. 2017).
Los robots poetas, ¿una industria rentable?
Eso de que no serían necesarios
los poetas, quedaría a la elección, a solicitud del público consumidor:
disfrutar de una poesía producida por un robot u otra producida por un humano.
Se generaría una actitud por preferencias poéticas. Eso de que la robótica y
las inteligencias artificiales podrían sustituir a los poetas, no está en
cuestionamiento. ¡Claro que sí! Lo sustituyen realizando un oficio computacional-intelectual.
Sería lo mismo como se sustituye a un empleado de servicio en las atenciones
ofrecidas en un hotel o el desempeño de cualquier trabajo que requiera ciertos
tipos de operatividad. Serían dos cosas diferentes: el humano que es poeta y el
robot que es poeta. Así de simple. Lo importante ahora son los retos, ¿Cuáles
serían las diferencias de un robot poeta y un humano poeta? El primero ante el
segundo, podría poseer de forma superior: la capacidad de memoria, el
procesamiento de informaciones y de asociación en campos semánticos; lo mismo
que mejor calidad en la utilización de los sistemas de lenguas. A la hora de
ejecutar símbolos la mente humana es más lenta, así lo demostró el experimento
con la máquina de Turing y eso es una ventaja en la robótica.
No tengo informaciones sobre
estudios de rentabilidad de este tipo de proyecto. No debe ser rentable.
¡¿Quién desea tener a un bendito robot poeta?! Ahora menos, que en esta
centuria en que vivimos, la posición de preferencia de los poetas entre
multitudes está en crisis. Siendo así, nadie podría pensar en términos
mercadológicos para desarrollar una industria de robots poetas. Yo sería el
primero quien no lo compraría, aunque no diría como lo hace una señora que
prefiere el género novela para sus lecturas: “Ya de poetas estamos jartos”.
Intuir,
contemplarse así mismo
Una de las tantas diferencias
entre un robot y el individuo humano sería el del carácter ontológico. Según el
Diccionario de la Real Academia Española, ‘ontología’ es la “parte de la
metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales”.
El abordaje ontológico aplicado a las ciencias de la computación no es igual
que el aplicado a los individuos humanos, este viene a ser como: “Una
representación de algún aspecto de la realidad donde los conceptos y sus
denominaciones se definen en razón de sus características como procesos, entes
o propiedades” (Gonzalo, C. 2005).
Las capacidades humanas de la
concepción, aproximación y develación del “ser” se ejercitan en procesos
contemplativos y reflexivos en la exploración de realidades y la búsqueda de la
verdad última. De los desafíos que
tienen las inteligencias artificiales —aparte de avanzar en la autonomía— es la
de poseer un “ser” propio, más allá del estado pensante, de la asociación
producida por las “redes neuronales”, del lenguaje computacional. Tan lejos que
el robot pueda intuir y contemplarse a sí mismo.
Desde el punto de vista de la
acción inteligente del robot, del proceso con programación racional y
algorítmica —como se ha citado— ya se tienen programas generadores de poemas
con muy buena calidad estética, y se avanza cada día más para la producción de
un “ser” con capacidades y “cualidades humanas” de carácter autónomo, con
sentido de intuición y quizá de autocontemplación (cosa, esta última que la
considero difícil, aunque no imposible de aceptar para mis capacidades de
comprensión). De ser así, tendremos habitando en el planeta Tierra otra especie
“viviente” junto a las demás, como se había ideado en episodios de ficción. Al
mismo tiempo, sería la evolución del Homo sapiens al Homo deus, como planteara
en sus textos, el historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari (1976-?).
FUENTE: acento.com.do
No hay comentarios:
Publicar un comentario