Por Virgilio López Azuán
El
título de este escrito viene por aquella famosa novela de Torcuato Luca de Tena
(1923-1999), “Los renglones torcidos de Dios”, y haciendo una analogía,
se me ocurre que también el pensamiento poético tiene sus renglones torcidos
que, al producirse la maravilla de la palabra y la creación de lenguajes llenos
de posibilidades, se aprecian éxodos insalvables en el acto creativo.
En la estructura del discurso poético un verbo, un
adjetivo, un sustantivo, cualquier palabra puede iniciar un acto de fuga del
poema, arrinconándolo en mundos de incoherencias, del pasmo lingüístico que
provoca ruptura del pensamiento. Esa ruptura puede estimular un cataclismo
comunicativo, una muerte semántica. ¿De qué vale el pensamiento poético o la
poesía misma si no es capaz de comunicar? Esa comunicación va más allá de la
descripción de la realidad exterior o interior del escritor, trasciende las
dimensiones objetivas y subjetivas de quien escribe y quien le da lectura. Observo en algunos casos
esa capacidad de incomunicación expresada en textos poéticos, de cómo se arañan
los mundos más allá de lo interno y del infinito cósmico. Entrarse a esos
mundos debe hacerse para provocar un estado conmovedor sobre una plataforma de
comprensión fenomenológica, quizás.
Hay tantos abismos entre una palabra y otra, entre un verso
y otro, que muchas veces es difícil saltarlos. Puede haber tanta carga
expresiva comprendida entre ellos, capaz de explicar teorías universales si
fuere necesario. El poeta que no advierte esos abismos y se pierde en sus
profundas oscuridades, enfrentará grandes desafíos estéticos que les serán
difíciles de superar. A veces se deja llevar por el acto intuitivo (sin que
este haya alcanzado su “nivel áureo de conciencia originaria”) o de los
sentimientos, emociones y pasiones que provocan terremotos en el lenguaje.
El poeta desafiará ese lenguaje que se agazapa en su
entorno y buceará de vez en cuando en sus propias simas para salir airoso a una
meseta vital. Tendría que hacer un ejercicio de razón, de filosofía de la
razón, vital y estética tal vez, como una forma de impregnar en su pensamiento,
en su lenguaje, su tesis íntima, su impronta poética personal.
Pero… ¿Qué tal la
razón poética catadora de esencias? Quizá tomando aquellas conceptualizaciones
de la razón planteadas por Platón, aun en el plano mitológico; por Aristóteles,
San Agustín, Descartes, Kant, entre otros, podríamos acercarnos a su
comprensión.
Nadie escribe sin tener sus porqués, su aspiración
ontológica y lo que trae consigo el impulso creador, ese que es capaz explorar
mediante métodos conscientes linderos humanos impensados. Ser capaz de vigilar la materia prima de
donde se nutre la poesía y tienta contra los postulados de razonamientos como
herramienta de la filosofía tradicional. Tal vez sería interesante dar una
mirada a María Zambrano (1904-1991), que emparentada con la razón vital,
desarrolló su tesis de razón poética para dar voz a lo real que había sido
descuidado del discurso de la razón imperante.
El lenguaje debe discurrir como un río de aguas
comprensibles, sin saltos ni marasmos; sin la aviesa agonía de los vacíos
conceptuales que enferman la retórica. Esa capacidad comunicativa debiera
trascender la cosa a lo Franz Brentano (1838-1917), en cuanto al manejo de los
objetos mentales manifestados en la conciencia.
En algunas creaciones literarias pareciera que el
pensamiento, como caballo sin brida, se desbocara por las zanjas y las laderas
de la imaginación, sin control. El poeta podría dejarse arrastrar por esos
vientos desafiantes que estremecen la estabilidad del pensamiento, la
coherencia en el caos del lenguaje. Es en ese instante en que se puede “enfermar
el lenguaje”, y el poeta con un simple verso lo aniquila, lo lanza bajo el
influjo de la pasión, de la excitación que envuelve el acto creativo cuando se
galopa sin brida en sus caballos.
A veces el pensamiento puede doblegado por las emociones y
los sentimientos en el discurso poético empleados de forma incorrecta. También,
el pensamiento tensa sus cuerdas, planta sus límites y defiende sus litorales,
de la excitación extrema porque teme perder su control, su identidad. Mientras
tanto, se produce un divorcio entre ellos. La idea, portadora de imágenes
cargadas de vitalidad, puede abrirse paso por otros caminos, dejando un
castillo oscuro de incomprensión lingüística. Es como si existiera una
separación entre el pensamiento y el sentimiento, es como si negáramos la razón
de Miguel de Unamuno (1864-1936) cuando
los consideraba, a uno y al otro, caras de una misma moneda.
Aunque ya superadas muchas de las ideas unamunianas, se
debe rescatar aquella que alude a “Pensar el sentimiento y sentir el
pensamiento”, precisamente cuando se trata el tema de que el pensamiento puede
expresar sus renglones torcidos si no existe una reflexión distinta sobre la
realidad que aporte nuevas evidencias de la existencia y sus alcances. Expresar
la nueva interpretación del hombre frente a una concepción desmitificadora,
capaz de subvertir, expandir y proponer una nueva visión de la comprensión
humana y cósmica. Esto se logra por medio del lenguaje y se realiza desde la
reflexión, sobre una plataforma de búsqueda de un estado de verdad.
Eso de sentir el pensamiento supone un dominio de esa
facultad humana. Ese pensamiento debe fluir y el poeta correr en sus caballos y
llevarlo al vellocino dorado de la poesía. Debe el poeta llegar a la razón
estructurada, articulada como si fuera un juego de fractales. En ese espacio se
reducen las incertidumbres y la imagen, que no alcanzaba una alta categoría en
el pensamiento platónico, ya proyecta sonidos cósmicos y conmovedores. Revela
entonces su propia esencia, su condición de infinitas transmutaciones en un
mapa áureo.
Si se siente el pensamiento se escucharán los galopes de
las palabras, de verbos que retumban en su viaje a mundos más consientes o
quizá rebelados de su antiguo mundo insonoro. Pero no solo eso, hay que pensar
el sentimiento… ¿Qué significa eso? Lejos del sentido que le diera Unamuno y
dando vigencia a esa frase… Si usted puede pensar el sentimiento muchos males
humanos no existirían. Pero todo esto solo queda en la imaginería, porque como
aseguran otros teóricos, “pensamiento y sentimiento” no se pueden concebir de
manera separada.
No es buscar refugio en la poesía para explicar lo que la
filosofía pura no explica. No es descubrir verdades ocultas en la ontogénesis
de las cosas o instalar archivos akáshicos como fuente de sabiduría arcana. No
es sustituir el rol de algunas ciencias, escuelas místicas y esotéricas, por
cierto, todas en crisis por la embriaguez posmoderna y por el desplome de
pensamientos metafísicos.
Si no existe la
disciplina en el ejercicio del pensar poético, pintaríamos renglones torcidos
con palabras, en verso y en prosa. Por eso, el cultivo del pensamiento es vital
para que, en esas llanuras de la imaginación, el acto poético llegue a su
consumación, produciendo esa catarsis renovadora.
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