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lunes, 16 de febrero de 2009

Poema "Lucía": La Salamandra de Balaguer


Por Virgilio López Azuán
Nunca olvidaré una noche mientras cenaba, sobre la mesa, cayó una Salamandra o “Salamanqueja”, como decíamos los muchachos de entonces. Venía del techo donde cazaba unas maripositas que revolteaban en torno de la bombilla encendida. Me paré de la silla, pero ese animalito no se movió, se quedó sobre el mantel con sus ojos como si me vieran. En seguida se me ocurrió mirar hacia el techo. Allí estaba su compañero, muy cerca de la luz. No sabrán nunca cuantos pensamientos cruzaron veloces por mi mente, cuántas comparaciones, imágenes y abstracciones pude compilar en esos segundos. Como si vinieran en efluvios esos fantasmas de la imaginación, se apersonaron, cerraron el paso al deseo de seguir cenando y me asaltaron vilmente los espacios sensibles que habitan en mí. Ahora, no sé si esa salamandra me despertó los inframundos, las pasiones híspidas, las ganas de protestar, las venganzas, la rabia insidiosa de un rebelde juvenil, incubada en los doce años del Balaguelato. Bueno, no sé. Perdonen, pero esta vez la verdad no sé.
Empiezo de esa manera para decir que uno de los poemas más difundidos de Joaquín Balaguer es “Lucía”, y se conoce como una “canción criolla” aunque el etnomusicólogo Julio César Paulino rechaza esa versión diciendo que solo se trata de un poema. Las siguientes reflexiones giran sobre el texto del poema aludido. Las referencias dicen que su autor se inspiró en una hermosa mujer de la sociedad puertoplateña. Algunos pensarán, lo mismo que yo, que ésta debió ser una mujer sin igual, que su belleza trascendía los espacios de la metáforas más alta del sentir poético. Tanto que fue capaz de mover la liras internas de un hombre como Balaguer para producir esos versos de tan hondo lirismo. Era tan “leve y tan sublime” que no tenía “más peso que una flor”. No sólo eso, “en una flor debió de haber nacido”. Independientemente que este poema se circunscribe a una época donde lirismo poético en la República Dominicana estaba en un buen momento, y que la trascendencia en el tiempo de estos versos siempre es objeto de cuestionamiento por algunos, no es menos cierto que pocas veces en la poesía dominicana se encuentren grados de alta sensibilidad como lo expresado por Balaguer en este poema. ¡Claro! Con todo el respeto al poema “Gólgota Rosa” de Fabio Fiallo y quizás otros que el lector podrá señalar con acierto pero que en definitiva son pocos.
Desde mis primeros balbuceos en la literatura dominicana, admito que me gustó más “Gólgota Rosa” que “Lucía”, pero ¡qué bonito es “Lucía”! No quiero hacer comparaciones, esta vez sólo expreso mis preferencias.
Ahora bien, traeré al tapete el término “Desrealización” que muy bien se trata en el libro “Raíces Psicológicas de la Poesía” (1978) del Dr. Arístides Estrada Torres, del cual tomaré algunas pautas. Realicé estudios exploratorios sobre el término en los campos de la Psicología y encontré que estaba asociado al de despersonalización y me abrumaron tantas teorías de expertos que opinaban sobre el mismo. Trayendo algunas ideas, el fenómeno de desrealización suele definirse ésta como: “una alteración de la percepción de la experiencia del mundo exterior del individuo de forma que éste se presenta como extraño o irreal”. Veamos lo que dice el doctor Arístides Estrada Torres en su libro “Raíces Psicológicas de la Poesía: “La desrealización consiste en quitar relieves duros a las personas o las cosas. No es igual que ficción, porque ésta tiene como fin inventar acciones, cosas o personajes que no existen, ni tampoco es ilusión, que más bien nos lleva a tomar las apariencias por realidades, sino que es la función mental o psicológica que contribuye a recoger ciertas características agradables de un objeto, persona o acción, olvidando las que sean hirientes o repulsivas, haciendo un creación nueva y agradable”, (1978) Por ejemplo, si usted observa una pintura como la del pintor dominicano Dionisio Blanco donde muestra a unos obreros agrícolas sembrando arroz en pleno sol, metidos en las aguas y tapados con un sombrero. La belleza del cuadro suele ser apreciada con placer estético por el que lo observa. Seguro se deleitará y hasta podría exclamar “¡Qué bella pintura!” Ahora bien, ese observador dejará volar su imaginación por los colores hermosos con tonos tropicales, por la belleza del paisaje, por la maestría con que el pintor hizo los trazos. Podría sentir un placer y dar gracias a Dios por la maravilla del arte, según los grados de sensibilidad y devoción que posea, y la capacidad de apreciación de la obra. Lo mismo pasaría cuando se observa la pintura de Salvador Dalí “El cristo de San Juan de la Cruz”, la belleza de ese cuadro trasciende la sensibilidad de cualquiera. Se observa a un Jesús crucificado con la cabeza hacia abajo sobre un plano infinito que se abre a sus pies. En el primer ejemplo, muy difícil el observador piense en la hora en que estos trabajadores agrícolas sembraban el arroz. Debía ser la una de la tarde, con ese sol lacerante y aterrador, que calcinaba la piel por la temperatura que se registra a esa hora en los países tropicales. Nadie se atrevería a pensar en el hambre que podrían estar pasando esos obreros, seguramente mal desayunados porque a esa tarea no se dedican los ricos, sino la pobre gente que solo trabaja en el día para comer en la noche. Nadie jamás se atrevería a pensar que a lo mejor esos agricultores tenían los pies llenos de llagas dentro esas botas. Hay una percepción de la obra que necesariamente no obedece a la realidad de los sujetos y los objetos presentados en la pintura. Eso no es sub realidad, la sub realidad de donde viene el término surrealismo, es otras: ese fenómeno de percepción se denomina “desrealización” y yo le agrego la palabra “artística”, o sea “desrealización artística”, para el caso de las pinturas antes descritas.
En el caso de la composición poética también se produce la desrealización. Bien sabemos que el poeta tiene por excelencia “el oficio de mentir”. Esa es su fortaleza, y en ese oficio encontramos las más altas esencias de la expresión artística. Por ejemplo los versos “No hay extensión mas grande que mi herida/ y lloro mis desventuras y sus conjuntos” (Miguel Hernández, 1910-1942) Si usted lo lee literalmente encontrarás una tremenda mentira a flor de letras, ¿puede un cuerpo humano tener la longitud que hay, por ejemplo, entre el planeta tierra y la luna?, de ninguna manera. Pero no tiene igual el halo estético de estos versos, generan volcanes de sensaciones conmovedoras. Todo mundo olvida la “vulgar mentira” escrita por el poeta y pasa a planos de percepciones inimaginables. O sea, las acepciones comparadas con la realidad son sencillamente diferentes, pero al mismo tiempo está asociada a la realidad y produce placer estético. Ahora diremos el arte nos distancia del mundo real, nos aleja de ese mundo y eso se logra con el acto de desrealización, así lo argumentan estudiosos como J.-P.Sartre, R. Ingarden, N. Hartmann o M. Dufrenne. Veremos lo que dice Alessandro Bertinetto cuando cita a A. Danto: “La idea central es que la experiencia del arte nos libera del “mundo real” mediante un acto de desrealización que conlleva el establecimiento de mundos posibles o fricciónales, que difieren del mundo en el cual vivimos”.
El poema “Lucia” nos aleja y nos libera de ese “mundo real” y nos lleva a un “Mundo ficcional”. El autor de “Lucía” sufrió una catarsis, manifestada en un acto de desrealización, concibió el poema. “Tan lánguida, tan leve y tan sublime” ¿Habrá algo más ingrávido o leve, y más sublime que una pompa de jabón?, como también lo describe de forma maravillosa el gran poeta español Antonio Machado: “Yo amo los mundo sutiles, /ingrávidos y gentiles /como pompas de jabón” Pero no. Para el autor de “Lucía” había algo más ligero, se trataba de una mujer, que debía ser delgada y grácil, a lo mejor de piel blanca y ojos de miel, que por su levedad estaba “apoyada en la brisa”, que apenas tenía un “tímido temblor”, como temblor que emite la luna bajo el influjo de una noche en plena.
El autor estaba interesado en el cuerpo de la mujer y en cómo este se presenta en su ámbito. Pensaba en su esencia, y viajó con un desdoblamiento, a esas regiones donde habita “lo bello” siempre con respecto a las leyes que rigen las realidades que conforman el ámbito. El objetivo era tener una experiencia estética y dejarla plasmada en el poema, para que también los lectores tengan su propia experiencia que no tiene que ser necesariamente la percibida por él y que plasmó en versos. O sea, que en el arte, se puede dar una doble desrealización: la del artista y la del que percibe la obra de arte.
Ahora evocaremos a José Ortega y Gasset cuando escribe que “Es La obra de artes una isla imaginaría que flota rodeada de realidad por todas partes. Para que se produzca es, pues, necesario que el cuerpo estético quede aislado del contorno vital...” En el caso que estudiamos, “Lucía” no es lo trascendente, lo vital, la “Lucía” de la realidad estaba muy alejada de esa “Lucía” percibida por el autor, ya se estaba convirtiendo en “un cuerpo estético” que anda rondando las regiones donde se fraguan las obras de arte.
Ahora bien, todo acto de desrealización no tiene que tener un “cuerpo estético” y su producto no tiene que ser catalogado como obra de arte, aunque para Ortegga y Gasset, según lo precitado no se sabe si el “el cuerpo estético” es el arte mismo o es “la cosa” que queda después del aislamiento.
Bueno, se preguntarán si me estoy preocupando por el valor artístico del poema “Lucía”, pues no lo estoy. Podría ser un ejercicio para otro escrito. Aunque no me puedo sustraer de orillar el mundo de las estéticidades, con todas las implicaciones teóricas, filosóficas, subjetivas y tendenciosas que esto conlleva. Lo que no creo es que una obra de arte se pueda concebir sin un acto de desrealización, de cualquier naturaleza que sea, y mucho menos si el que percibe la obra no logra una transmutación a lo estético con sus percepciones.
Al leer del poema “Lucia”, su ritmo interior, sus palabras, sus versos..., me producen un hondo placer, se abren páramos poblados de ensoñación capaces de desarraigar los rencores ideológicos, las luchas estudiantiles, el rebelde y otorgar por un minuto un espacio de respeto no al autor, sino a su acto creativo.
Pero, “como digo una co digo la o”. Cuando hago un acto de desrealización estética al leer ese bendito poema me surgen ideas tan raras, tan hilarantes, que yo mismo soy el primer sorprendido.
Evoco nueva vez la bendita salamanqueja que cayó en la mesa la noche aquella, la mirada que le di a su piel, que no era más que un velo traslúcido, tendido en todo su cuerpo. Y a través de su carne transparente, como a través de un vaso de cristal, se mira dilatarse la corriente de su sangre de púrpura ducal.
Así mismo, esa piel transparente de esa especie de salamandra, de esas que nuestro país comen maripositas en las bombillas que colocan en los techos. Esa salamanqueja que por ser traslúcida casi se le aprecian sus órganos interiores, su escasa sangre, y sus ojos extraños capaces de soportar la luz.
Este es el poema Lucía de Joaquín Balaguer: 

Tan lánguido, tan leve y tan sublime, /cual de la luz el tímido temblor;/ es su pie que parece cuando oprime/ que no tiene más peso que una flor/. En una flor debió de haber nacido,/ y a veces se diría que su piel
/ es un velo traslúcido tendido/ sobre su fino cuerpo de clavel/. Y a través de su carne transparente/como a través de un vaso de cristal/ se mira dilatarse la corriente/ de su sangre de púrpura ducal.
Por último no recomiendo hacer un acto ficcional el ejercicio de lectura de este poema. No se atrevan a leerlo literalmente. Ese acto me hizo ver por un momento que la “Lucía” de Balaguer no era más que una salamanqueja. Mejor es hacer un acto de desrealización para quedarse con esa maravillosa mujer que es capaz de hacernos percibir, sentir, conmovernos, en las regiones del placer.