Casados alguna vez
(Cuento breve)
POR VIRGILIO LÓPEZ AZUÁN
Estuvimos casados una vez… ¿No lo
recuerdas? Fue antes del alzhéimer. No te culpo, también yo lo olvide. ¿Acaso
el que padece esa enfermedad soy yo y no tú? Perdona, no recuerdo. Iré por una
taza de té. No te muevas. ¿De qué hablábamos? Sí, cómo olvidarlo, te hablaba de
los tiempos de la guerra, cuando Martín se apareció en la casa, herido de
muerte. Mi madre lo curó con unas vendas para atajar el sangrado. Ya tú eras
una viejecita que vivía los últimos días en un monasterio de clausura. Recuerdo
que esa casona estaba en la colina camino a Peravia, y yo era el muchacho que
regaba las flores en el pequeño jardín, sembrado en la parte atrás, cerca de un
promontorio. ¿Qué cosas las mías? Hablando de la lucha por el liderato de jonrones
entre Mickey Mantle y Roger Maris. ¡No me hagas caso! Esa fue una gran temporada,
¿creo que ya me había casado contigo? Yo aposté a Mantle, ese Maris para mí era
un aparecido ante ese monstruo del beisbol. Aún conservo la rosa en el libro.
Esa que me regalaste… No, la que te regalaría esa mañana, cuando te asomaste al
portal del monasterio. Pensé que era una herejía, regalarle rosas a una mujer
que soñaba con ser monja. Me la guardé para que no la vieras. La conservo en el
libro del Quijote y hasta puedo asegurar que una vez vi a Dulcinea colócasela
en el pelo. ¿De qué hablamos? Tú decías que estuvimos casados. Ahora… Ahora
recuerdo, ¿cómo podría olvidarlo? Estabas bella esa noche, mi madre me mecía en
sus brazos y tú tenías un hermoso velo blanco, esperando que yo hiciera mi
aparición por esa puerta. Así fue, me aparecí elegantemente trajeado con un esmoquin
negro, mi camisa con botonadura adornada y mi corbata de lazo. Entonces, al
mirar los invitados, tu madre te mecía entre sus brazos, y yo me decidí a esperarte.
William, entró a la iglesia y boceó el jonrón
61 de Roger Maris. No fue en ese momento cuando nos casamos, porque miré y
tomabas la leche del seno de tu madre. Eras una carajita, llenita de babas, que
con ojos adormilados miraba mi corbata de lazo. Decidí quitarme la ropa que
tenía puesta, no sabía exactamente de dónde venía con ese traje. Noté que mis
manos estaban sucias del lodo del jardín, que había terminado el desyerbo, y no
me lavé las manos. Saqué la rosa del libro y tuve que soportar la protesta de
Dulcinea que ya se había hecho dueña para provocar a su caballero andante. Yo
me pregunté ¿para qué me sirve esta rosa muerta? Las hojas del libro la
tostaron y ahora empezaba a desintegrarse entre mis manos como polvo. Decidí a
leer la página donde estaba la rosa, razoné que por algo estaba allí. Seguro
marcaba la página donde me quedé en mi última lectura. No era así, un recuerdo
como relámpago, me trajo tu figura. Tú estabas en el portal del monasterio y yo
te entregaba una rosa. Solo eso, ahora no recuerdo nada. Quizá estuvimos
casados alguna vez.
1 comentario:
Posiblemente sea el primer cuento de esa naturaleza con tantas variables y en la que penetra el Alzheimer como justificación primaria para denunciar desde un Yo impredecible.Como psicólogo creo, que para trabajar el tema de las enfermedades mentales hay que ser un conocedor de la etiología de esa enfermedad a la vez ser un diablo a caballo.
Roberto Rímoli
investigador
Instituto de Investigaciones Psicológicas.
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