Por Virgilio López Azuán
Ya me pronuncié sobre el reconocimiento
de la Academia Dominicana de la Lengua –ADL- al doctor Marino Vinicio Castillo
(Vincho) y dije que no me gustó, pero eso no significa que sea un
reconocimiento merecido o inmerecido por el beneficiario.
Cada institución tiene sus
normas y procede o debe proceder según las mismas. Como no soy miembro de la
Academia no sé cuál fue el procedimiento que utilizaron para su selección, aunque
las motivaciones son altamente conocidas ya que los organizadores se encargaron
de difundirlas. Se le reconoce por “su fecunda trayectoria en el ejercicio de
la palabra con ejemplar exposición oral y escrita en enjundiosas disertaciones
y edificadores artículos; su admirable oratoria y sus ilustradas charlas
durante medio siglo en las que evidencia el uso correcto del idioma con riqueza
de lenguaje y hondura conceptual”. Es por ello, que si se procedió según las
normas de eso no tengo nada que agregar, los argumentos están dados y claros. No tengo
razón para dudar de integridad del doctor Bruno Rosario Candelier con respecto
a su administración de esa entidad. Por eso, tampoco emitiré juicios de valores
sobre esos aspectos. Sólo me limito a decir: No me gustó ese reconocimiento y
nadie me puede quitar eso derecho: el de los gustos y preferencias. Si hubiera
sido miembro de la Academia, no hubiera votado a favor de ese reconocimiento
con la certeza de ser arropado por los prejuicios, míos y de los otros.
La mayoría de
las instituciones regularmente marchan como marcha la sociedad. De lo
contrario, serían entidades “revolucionarias”, aquellas que marcan diferencias
y actúan sobre un canon de reacción. En ese sentido, solo hay que revisar los
procesos sociales, políticos y culturales del país para hacer inferencias. Para
mí no es una sorpresa que seleccionen a Vincho Castillo para ser reconocido por
la Academia Dominicana de la Lengua, que un pelafustán sea candidato a senador
en la capital, o que una mujer maltrate a un niño y la justicia la mande
sonreída para su casa. Me he espantado tanto que ya he dejado mis ojos fuera de
las órbitas y me evito la molestia de abrirlos. Lo único que espero es no
perder los asombros.
Con este reconocimiento
se ha desatado una guerra de éticas y cuestionamientos de méritos y capacidades.
La decisión de la Academia, las cartas del doctor Odalís Pérez, el discurso de
entrega del doctor Bruno Rosario Candelier, la respuesta al doctor Pérez por
parte del doctor Manuel Núñez; la opinión de escritor Sérvido Candelaria, entre
tantos otros que se han referido al asunto, ponen de manifiesto la crisis de la
crítica y de la exposición de las ideas en la República Dominicana.
La libre
expresión de las ideas, cuales sean sus cargas ideológicas, éticas y
estructurales, es un derecho ciudadano que debemos aprender a analizar para no
caer en la ignorancia por falta de argumentos, para no ser atrapado por
indelicadezas y el desborde de las pasiones, para que no se aniquilen los valores de verdad de los
conceptos emitidos.
Una de las armas
de muchas personas, principalmente intelectuales, es el ataque personal, no
reflexivo, sin métodos críticos ni creativos. Ese ataque personal se hace
regularmente sobre plataformas pseudo éticas. Y eso da mucha pena que en los
grupos donde se cultive el intelecto humano pasen esas cosas: la lucha entre
éticos y pseudos éticos, con poca cosa que aportar al desarrollo humano.
Nadie puede
negar que todo lo anteriormente expresado por los intelectuales forma parte de
una construcción social sobre valores e infravalores. Y sabiendo eso todo el
que emita juicios, tome decisiones debe estar preparado para el ataque frontal,
para la soberbia, para las congratulaciones, los elogios, la pulverización y la
inmolación.
Entiendo que el
doctor Bruno Rosario Candelier está preparado para todo esto y no hará caso de esta
polémica. Como líder de la Academia, él sabía que estas disquisiciones y
reacciones le sobrevendrían al otorgamiento del referido reconocimiento al
doctor Castillo. Me resisto a creer que el destacado fundador del Movimiento
Interiorista esté inquieto, molesto o tenga sentimientos de culpa. Me resisto a afirmar que no actúo
de acuerdo a su convicción íntima, manifiesta en su discurso. Esto me genera
una situación verdaderamente incómoda, con todo el respeto del mundo a una
persona que lo considero fundamental en la promoción literaria y la
conformación de un ideal diferente de ver y hacer literatura. Una persona que
tiene en mí su más grande admirador por la portentosa obra que ha realizado.
Debo decir
necesariamente que la convicción por la cual actúa una persona, una Academia,
un Estado o cualquier institución no tiene por qué ser aceptada, aprobada y
aplaudida. El acto mismo emanado de esa convicción tampoco tiene que ser aceptado.
Ahora bien, existen diversas maneras para proceder al cuestionamiento. Hay
estilos que son elegantes, otros incisivos, “caninos y hasta molares”. Nadie
debe descalificar a otro por el estilo crítico que asuma, ni los matices
presentados en el mismo. Como ya he expresado en otros escritos, me adhiero a
la idea de que la crítica necesariamente no tiene que seguir ningún canon,
porque esencialmente la crítica es anti canon.
El
enfrentamiento personal en el debate es el más fácil, el más cultural y el más
peligroso. Algunos le atribuyen su popularidad a la falta de argumentos de los
polemistas y a la carga morbosa que puede poseer. Es posible que así sea. Mi
opinión es que el enfrentamiento personal no se puede descartar en la crítica
como idea rectora para la presentación de valores éticos y capacidades de
humanos. No hay por qué tener miedo al
ataque personal, hay que estar preparado para utilizarlo o repelerlo según las
circunstancias y las intenciones. El siglo XXI no vive una etapa de paños
tibios, ni infalibles querencias y deudas de afectos. Es una época donde los
cambios son tan rápidos y constantes, que no da tiempo para elaborar
argumentos. Por eso serán siempre riesgosos los juicios de valores críticos y la
incorrecta manera de confrontación personal.
No me gusta el
reconocimiento que le hicieron al doctor Castillo, pero esas son cosas mías y
no tendrán repercusiones jurídicas si no se infringe la ley. No debo ponerme
como un perro rabioso ni satanizar tal
acto. Ni asumiré el discurso de la
crítica personal, con cargas ideológico-políticas sectarias y reduccionistas. Ni
tampoco me gusta. Por suerte la manera que debo hacer las cosas son propias del
derecho que me asiste como persona integrante de un cuerpo social. Seguro que
al doctor Castillo ni le interesa que me guste o no su reconocimiento. Él sabe
cómo polemista que su sentido y justificación es precisamente lo que genere
polémica. Sin ser adivino creo que al doctor Castillo le gusta este tipo de diatribas.
Y si le gusta, se la está gozando, cada quien es como es y nada más. Sin
embargo, los intelectuales se están “jalando las greñas”, sin ser peyorativo.
Ya dije que no
descarto la crítica en la dimensión personal, pero ese discurso crítico adolece
de desaciertos estructurales, de fuertes cargas ideológicas y de pocos aportes
consustanciales al crecimiento y desarrollo de ideas rectoras, capaces de
trascender.
Lamento no ser
experto en el tema, pero eso no me limita para que me arriesgue a tratarlo, en
definitiva, nadie es dueño de verdades únicas, ni es un solo el “camino que
conduce a Roma”. Es decir, nadie tendrá el “vellocino de oro de la concordia”
en asuntos tan polémicos.
La crisis no es
de las éticas, la crisis es de la gente. Pero cuando la gente entra en crisis
tienen y deben surgir nuevas éticas, sustentadas en valores fundamentales,
incluyo en leyes fundamentales de la naturaleza. ¿Existen explicaciones,
matemáticas, lógicas- naturales que tengan fundamentación en la dinámica de las
sociedades? Creo que sí. Pero eso es tema para otro artículo.
En definitiva,
las crisis de las sociedades se manifiestan en sus instituciones. Los valores
de la justicia y las éticas están siempre en proceso de construcción y
desconstrucción. En este momento el país
pasa por un proceso de desconstrucción que permea desde la institución familiar
hasta el Estado, desde los menos academizados hasta los más ponderados
intelectuales.
No creo que el
doctor Marino Vinicio Castillo tenga una estirpe procera como es percibido el
concepto en el imaginario patriótico del pueblo dominicano. Y no creo que el
doctor Bruno Rosario Candelier, excelente filólogo, haya sustituido las
palabras “elevado” o “sobresaliente”, por la de prócer. Lo menos que se puede
decir de una persona que recibe un reconocimiento es que una persona
sobresaliente, o elevada en lo que hace.
Si fue así, y disculpen la inferencia, hubo un lapsus linguae, y si lo
hizo con expresa convicción y certeza, puede ser contradicho y criticado él y
la Academia con toda justicia.
Mi criterio
sobre el ideal del mérito está basado no solo en la excelencia de las
capacidades de los individuos en tal o
cual área, creo que hace falta más. Recuerden que es un ideal. Quizá el mío en
particular no valga mucho, pero el ideal colectivo, ese mismo que pudo haber
sido creado, incitado, fabulado, patrocinado, manipulado, es el que vale para
categorizar el mérito. Es el que vale para que el mérito sea “legítimo”, para
que sea interiorizado “en los altos andamios” del alma del colectivo. Así es y
así será. Eso creo y creo más: creo que es mejor “danzar como guasábaras” antes
de que uno de nuestros intelectuales y políticos acaben con este escrito.
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