Por Virgilio López Azuán
(Ingeniero Agrónomo)
“Si solo haces lo que la gente espera de ti,
quiere decir que no tienes vida propia”
(José Carvajal)
A raíz de la premiación de
uno de nuestros libros: “Sumer: poética de los números” por parte de Fundación
Global Democracia y Desarrollo –FUNGLODE-, el periodista José Carvajal realizó
unos comentarios según su concepción de la poesía, la historia del pueblo
sumerio, el veredicto del jurado seleccionador de la obra, el significado de
los números y las supuestas deficiencias de la obra y el autor.
Algunos escritores
dominicanos, amigos y familiares, me llamaron y me dijeron que no contestara
esas opiniones. Unos me alertaron que los juicios emitidos tenían deficiencias
académicas, resentimiento ideológico, prejuicios; y sobre todo, que esa persona
era reincidente con su estilo de zaherir la producción literaria dominicana. Me
dijeron más, que había “acabado” con
gran parte de la obra de connotados escritores del país, que era mejor no
meterse con él, que no ganaba nada con ese debate, que me olvidara eso; que a
todo no se le hace caso, que él no tenía
la sustancia gris que amerita el crítico literario de estos tiempos… También me
dijeron lo contrario, que era una
persona con muchas capacidades como editor y corrector de estilo, que había
pocas personas como él en su área, que es un hombre de televisión, que ha sido
reconocido por grandes gurús de la comunicación internacional…
No soy dado a tratar temas
sobre mi producción literaria. A parte de que se ve mal, no me gusta. Pero confieso
que la manera en que el periodista Carvajal anunció al país la crítica que le
haría a mi libro, me llamo mucho la atención.
Desde mis años como profesor
de secundaria y profesor universitario he estado esperando al Pedro Henríquez
Ureña que supongo perdido y que sería encarnado en alguien en cualquier momento
de la actualidad. Cómo no le conocía, me pregunté: ¿Será el señor Carvajal el
Pedro Henríquez Ureña o el Alfonso Reyes que espera la crítica literaria
dominicana? Pensé inmediatamente que se aproximaba una gran oportunidad para
crecer, para que finalmente los gazapos de la literatura dominicana encontraran
a un médico que aliviara sus males.
Inmediatamente investigué
sobre sus producciones, su trabajo, sus críticas, su blog, su currículo… Y
dije, esperaré que escriba para leerlo. No debo hacerme prejuicios, a lo mejor
este joven que anunció el “desate de los demonios en el parnaso dominicano” nos
trae algo interesante del cual podamos aprender. El periodista Carvajal en su
blog escribió su criterio sobre la obra aludida y no quise contestar, siguiendo
el consejo de mis amigos. Tampoco soy muy contestador y no me gusta como he
dicho. Escribo poemas en mis horas libres y ya; pendejadas de un provinciano
con memoria de izquierdista que fue a Cuba y no fue a Rusia y se quedó en su
“aldea”, recogiendo tomates en huacales. No más.
Sin embargo, como lector no
encontré altura en los juicios críticos de Carvajal para un debate, pero esperé
que le hicieran caso los demás “demonios” que supuestamente se desatarían. Esperé
pacientemente caer en el ojo de un huracán. ¡Pero qué decepción nadie le hizo
caso a la “crítica” realizada a la obra y no se desataron tales demonios! Me
quedé con ese sabor.
Los juicios de valores sobre
cualquier temática artística suelen resultar peligrosos. Y más para neófitos.
Uno de mis defectos que he identificado es que me siento neófito en todo, y por
eso nada “humano me es extraño” cuando opinan de lo que hago. Es más, algunas
críticas con sañas han servido para encontrar nuevos caminos de expresión. Todo
lo considero importante, hasta lo que no sirve. Ahí está la obra del artista en
la vida “convertir en milagro el barro” (SR). Por eso, al leer la opinión del
periodista Carvajal me sentí indemne. Cada profesor elabora su examen y supone
si sus estudiantes lo pasarán o lo reprobarán. A veces aciertan y otras se
equivocan. Y el profesor periodista José Carvajal me examinó y supuso quemarme,
y “me quemó”. Bueno, si no hice la tarea, soy el alumno y se supone que él es el profesor. En su examen me hizo la asignación de la
búsqueda estética de la significación de los números sobre la base de la
historia de los sumerios, cosa esa que los antropólogos sudan razones para
elaborar teorías de referencia.
Pero el periodista, ni él
fue el profesor, ni tampoco puso la tarea para que la reprobara. Él como lector
o como “crítico” hizo sus propios juicios y resultó que nos ha regalado una “metáfora malograda”.
La mejor metáfora que leí en su escrito es precisamente “la metáfora
malograda”. Irónico, ¿verdad? El crítico y la crítica que esperaba no fueron
convincentes.
Un obra debe defenderse sola.
Esa frase no es mía y está manida. Y yo creo que es una buena frase aunque esté
manida. No trataré de defender mi oficio poético. Si la obra no trasciende,
amén. Si los críticos la acaban, amén. Si no le gusta a nadie, amén. Lo mismo
me pasará si sucede lo contrario, si gana el Premio Nobel, el Cervantes y todos
los premios inventados en el planeta, amén, amén.
Concurso cuando quiera y
donde quiera, amén. Gano premios y pierdo, amén. Son cosas de mi intimidad y convicción. Si a alguien no le gusta, respeto su opinión con todo
su derecho. Pero les dijo que estaré siempre tranquilo.
Sin embargo, tengo que
agradecer al periodista José Carvajal la molestia de haber leído literalmente
el libro. Si yo hubiera sido él no lo hubiera leído entero. En el campo
dominicano dicen que uno “no debe comerse lo que no le gusta”, y parece que
está de moda la frase “comerse un tiburón podrido“… Y además, “uno sabe cómo
será el día solo con ver el amanecer”. Desde las primeras páginas el buen
lector sabe si el libro vale la pena leerse. Y él tuvo la proeza de leerlo
entero. ¡Qué honrado me siento, tengo una persona en el mundo que leyó un libro
de mi autoría! Repito, no hubiera leído el libro entero y no me hubiera
molestado en escribir notas sobre él. Supongo que algo interesante tenía el
libro, pero el periodista Carvajal no me dio el placer de conocer esa faceta de
su opinión. Para él es un libro malo, demasiado malo, porque no dice lo que él
quería que dijera. Porque no se hizo un tratado histórico de la cultura sumeria,
y lo mejor de todo, que tuvo el valor de declarar incapaz de conocer esa
cultura a un rector de una Universidad. ¡Vaya usted a ver! Los palimpsestos
sagrados temblaron.
Me sorprendió mucho que
nuestro “crítico” dedicara muchos párrafos a lo que él llama metáfora malograda
“vinagre molido”, y a otras pequeñas
observaciones discutibles. Me sorprende que este libro donde hay tanto para la
crítica literaria, tampoco el periodista Carvajal haya hecho la tarea. ¡Qué
pena! Quería que alguien me estremeciera con sus argumentos, que alguien me chocara
contra la pared y despertara en mí los nudos del lenguaje, los caminos borrascosos
de la estética que pueden matar a un
poema. La pena es que en varios momentos me convertí en un criminal y él ni cuenta se dio.
En definitiva, nunca he
soñado con la gratitud de nadie. Ya Martí y Máximo Gómez hablaron de eso. He
dicho y lo repito. No sé si Antonio Machado fue sincero, pero yo siento mi
sinceridad: “Nunca perseguí la gloria/ ni dejar en la memoria de los hombres mi
canción”. Lo que diga un crítico es importante, pero yo lo que quiero es que
ese crítico me “espante los demonios” con una verdadera crítica literaria. Es
una manera interesante para crecer.
Pero que nadie se meta con
poetas, tengo libros en mis manos de escritores que han ganado el Premio Nobel
que son puros panfletos, y son adoradas piezas del parnaso para los llamados
críticos. Tengo también joyas de la literatura que han sido ignoradas y
vituperadas y le tapan la boca a verdaderos críticos. Tengo críticas excelsas y
tengo críticas de marras. Hay todo en esta viña. ¿Y entonces, periodista
Carvajal?
¿Cuál es la función del
crítico literario? ¿Será la censura de una obra por un error tipográfico de una
mala edición, como el caso de una “crítica” suya, por demás injusta, a una obra
del doctor Manuel Matos Moquete y a otra de José Acosta? ¿Será cuestionar
palabras, giros lingüísticos, el valor de las metáforas? ¿Será estrangular al
literato por ser “subvertidor” del idioma y gozárnosla clavando en una cruz a
César Vallejo? ¿Será el guardián, el centinela del purismo idiomático? ¿Será que
su tarea es crear esquemas para encerrar con candado al que genera el acto
creativo para luego votar las llaves? ¿Sabe un crítico lo que verdaderamente
significa un acto creativo en la literatura?
No creo que estas preguntas me aporten respuestas concluyentes.
Una pregunta interesante
¿Qué es necesario para que una obra literaria sea una obra maestra, no perfecta
como la quieren ciertos “críticos”? No es una pregunta nueva, muchos
estudiantes del nivel secundario la hacen con frecuencia en las aulas. La
escucho en los talleres literarios, en los círculos de estudios, en núcleos de
intelectuales; escritores noveles y escritores consagrados. Existen modelos para
encuadrar a una obra literaria y tipificarla como maestra. Las hay desde muchas
vertientes, desde el manejo del lenguaje, de la temática, del uso del tiempo,
de la estructura, de su incidencia en la época, de la ruptura del canon, etc.
Las hay porque conjugan las dos, tres, varias de las vertientes citadas; las
hay porque incluyen ideas innovadoras, revolucionarias, valorativas, éticas y
mil aspectos más... No existe una versión única, una crítica individual o
colectiva, que tenga la última palabra para catalogar y definir a una obra como
maestra. Ni nadie puede abrogarse la erudición para imponer un canon crítico
valorativo, tomando en cuenta que la crítica literaria suele ser anti canon.
Hay obras literarias que
solo el tiempo permite que los ojos de los críticos vean sus luces; solo el
tiempo, los contextos históricos las colocan en su justo lugar. Ejemplos hay
muchos: obras de Cervantes, Víctor Hugo, Julio Verne, Poe, Kafka, entre tantos.
¿Sería substancial que un
crítico literario gaste cuartillas denostando a un escritor porque en su obra
haya un error tipográfico, que él convierte en error ortográfico para hacer
daño? ¿Sería procedente que todos los escritores sean expertos lingüistas,
acabados filólogos, antropólogos del idioma, antropólogos temáticos, filósofos
del lenguaje para que entonces escriban? No lo creo. Esas capacidades pudieran
ser ideales, pero no una condición imprescindible. Conozco amigos filólogos,
críticos literarios, lingüistas, doctores en lengua, traductores y especialistas
de alto nivel; ¿y saben una cosa? No han escrito y no pueden escribir un solo
poema trascendente, un solo verso trascendente. Ya lo dijo alguien “en un verso
cabe el Universo”: UN+I+VERSO (Uno+Interior+Verso). ¿Y es fácil introducir el Universo
en un verso? Eso no lo hace un crítico. El poeta puede hacerlo, y lo hace
muchas veces.
Si el poeta es capaz de
sintetizar, de resumir y hacer rezumar el Universo en un verso, haría un
ejercicio creativo de la síntesis, la consumación del objeto de la poesía.
¿Podrá un crítico ahondar en las profundidades de esos universos creativos?
Dudo que lo haga. Por más hondura del ejercicio crítico, por más métodos
críticos utilizados estaría condenado al reduccionismo, a perspectivas
limitadas, acantonadas en las alturas de la erudición académica y del ego.
Lo que significa que ningún
escritor debe estrangular sus emociones contra la crítica. Si ese ejercicio es
bueno, en una escala de valores adecuada; debe saber el escritor que existen
miopías, oscurantismos y agregados psicológicos que pueden impactar en el
sujeto que realiza la crítica.
Lamento profundamente cuando
leo alguna “crítica” realizada a un libro que la misma no pase de ideas
triviales: una supuesta “Metáfora malograda”, el error por confusión de una “c”
y una “s” de tipo ortográfico o tipográfico… ¡Qué sé yo! O simplemente porque
parece que se usara una preposición de manera incorrecta, o que no se ahondara
en la temática tratada. Y eso que no refiero la jubilación de la ortografía de
Gabriel García Márquez.
El síndrome del pesudo crítico
literario es buscar en todo lo que analiza la “obra perfecta”, ni siquiera la
maestra. La obra maestra resiste crítica denostativa, aquella que anda perdida
en los confines de su propio imaginario de referencia. El tiempo es un factor
que no debe despreciarse, el tiempo eleva y sepulta las obras; tapa las bocas
de muchos críticos y a otros los hace inmortales. Ejemplos hay demás.
El crítico literario en el
sentido anteriormente expuesto actúa como un policía, si hay transgresión idiomática,
estructural y de sentidos, entonces cae presa la obra y cae preso el autor y el
editor.
Si a errores
vamos, los encontraremos en los escritores, editores, críticos,
correctores de estilos, en toda actividad humana. Lo peor de ciertos críticos literarios
es que no curan las heridas hondas de sus frustraciones, es que solo tienden a
solazarse con los gazapos de los otros, que apuestan a la obra perfecta y al
ideal de trascendencia que bulle en mente estereotipada.
Pero no vayan a pensar que estamos justificando los
errores, los cuales nunca deben pasar en una obra. Lo que no voy es a satanizar la obra por eso. Puede
satanizarla un corrector de estilo o un editor que quiera darse a conocer para
vender sus servicios, y nada más. ¿Cuántas obras no han sido corregidas en
otras ediciones?
Defiendo la postura de que
la crítica literaria debe ser anti canon, pero no significa que sea amorfa, y
que no soporte rigurosidad. Al contrario, la metodología asumida por una buena
crítica debe superar el literalismo como fin y presentar exposiciones critico-
estéticas. Producir una manera de
expresión objetiva, trascendente y consiente, en donde no debe existir canon
alguno; ya que el mismo no está dado y que sea un ejercicio para búsqueda de su
concreción.
En nuestro medio suele
confundirse la ciencia de la literatura, la crítica literaria y la “disparatología”
argumentativa, como una malformación del discurso Aristotélico, de
razonamientos analíticos y dialecticos;
la lógica simbólica y la argumentación.
Existe una crítica literaria
de escarpelo con características eclécticas, donde la insidia juega un papel
cuestionable que delata los “Renglones Torcidos de Dios”, del crítico. Aquí se
transgrede el espacio limítrofe de la razón. El crítico se sale del espacio
vital del límite, donde se fraguan todos los procesos lógicos-argumentativos.
Entonces se pierde la oportunidad de hacer una crítica creativa y con carácter
estético-literario. La crítica literaria tipo gendarme no tiene sentido, las
estocadas de las bayonetas solo son impulsadas por egos ancestrales, no por la
necesidad que debe existir en la construcción de un discurso trascendente. Como
dice Domínguez Caparrós (2009), “la crítica literaria no trata de los sentidos,
sino que produce los sentidos; no busca el fondo de la obra, puesto que no
existe, sino que sólo puede continuar las metáforas de la obra”.
En estos tiempos cuando el
hipertexto asume un rol importante en la literatura, cuando el bilingüismo es
cada vez más utilizado, cuando el lenguaje de los grupos oprimidos asume poder
de mercado editorial y musical; cuando la interculturalidad, supone la búsqueda
de nuevas expresiones como objeto de derecho, es bueno dar paso a una nueva voz
crítica en el mundillo literario.
Sin duda alguna la literatura
con una mirada al universo inmensamente pequeño como el expresado en el concepto
cuántico, tiene un espacio más grande que el universo extra celular. La mirada
detenida al torbellino que supone la concepción del tiempo en la
postmodernidad, no solo impacta a los creativos literarios, sino a la
fundamentación de la crítica misma. Hay nuevos sentidos críticos para todo, y
algunas opiniones de lectores se están quedando atrás, en los mundos arcaicos
de las infravaloraciones.
Si una razón crítica no
aporta nada innovador, sino la vieja práctica de la censura por el
retorcimiento egoico, ideológico o por fulminantes descargas de impotencias
ante cualquier visión de la realidad, no debe hacérsele mucho caso por lo
recursivo o porque pone en vigencia la frase de que “todo está dicho”.
Solo un análisis crítico
innovador y creativo puede desterrar lo prosaico y alcanzar lucidez, brillantes
de tipo poético. Es alcanzar el nivel poético de la crítica. No creo que el
periodista Carvajal haya hecho esa tarea y yo espero más de él.
Cada quien, como se dijo
anteriormente asume su análisis desde su perspectiva, en el caso de un
corrector de estilo para obras literarias, no debe esperarse que sea un experto
en los misterios de los arcanos mayores, ni tampoco que en el texto encuentre
simbologías de carácter metafísico, filosófico o cualquier conocimiento
hermético. Eso sería mucho pedirle y se corre el riesgo de vulnerar el carácter
“científico”, que por demás siempre será reduccionista.
No se le exigiría que haga
suposiciones desconociendo los acuerdos toltecas y que ahonde los mundos
metafísicos, cabalísticos, místicos, míticos. Tampoco que apele a teorías que
pasan por un proceso de confirmación como la historia de los números sumerios. Nadie
le puede reprochar que no critique el mal uso del idioma, porque esa es su
tarea.
Nunca he creído que la
función de la crítica literaria es la búsqueda de “la quinta esencia” ni la “consumación
de la blancura”; tampoco en que su discurso subyaga la anulación de los todos
los campos creativos frente a un canon pre esquematizado fuera del limes,
evocando la Muralla de Adriano o aquél espacio referido por el filósofo Eugenio
Trías.
La obra es producto del
autor desde su perspectiva de creador. El crítico de la poesía, podría inferir
en las materias primas de la obra que son lengua, lenguaje… Pero jamás podría
colocarse en el justo lugar de la perspectiva del autor para auscultar la
fuente creativa que traduce o trata de traducir en su texto. Esa es una
desventaja para el crítico.
El que emite juicios
críticos está impactado por sus saberes y contextos, decenas de autores han
renegado de sus obras después que pasa un tiempo de darlas a conocer, creo que
a muchos nos sucede. Solo los “genios”, aquellos que están colocados en el aura
olímpica de una metáfora inusitada no les pasaría eso. Aquellos que su “pureza
que viaja como los vientos” (WM), y que sus opiniones inmaculadas no son
capaces de ser manchadas ni siquiera por el minúsculo ADN de las mitocondrias o
el impulso simple de un taquión.
Quizá Nietzsche, filólogo, nihilista
y filósofo será siempre incomprendido por
su naturaleza controversial, por sus propias contradicciones y negaciones de
sus postulados, o por el manejo histórico-ideológico asociado al pensamiento de
la Alemania Nazi. Él fue seguidor de Schopenhauer y sobrepasó la dimensión de
lo literalmente humano para plantear la aparición del “superhombre”. Y es allí
donde se colocan ciertos críticos literarios sólo ven lo “malo” en la obra que
critican, ven la parte sufrible que regresa y regresa en sus discursos. En sus análisis ven “girar los deseos y los
impulsos humanos” (Sabater, 2013) a lo Schopenhauer. Pueden convertirse en
nihilistas o en misántropos sin darse cuenta; aunque la filantropía no sea una
condición necesaria y suficiente para hacer una buena crítica literaria.
La búsqueda de la verdad desde perspectiva nietzscheana,
aceptada, atacada y rechazada por muchos porque apunta a la creación del
concepto del “superhombre”, si la aplicamos
al crítico literario para la búsqueda de la “superobra” u obra literaria
perfecta, nos planteará un dilema tenso, del análisis entre el autor y la obra
misma. ¿Estamos buscando el súper autor o la súper obra? Si existiera el súper
autor y produjera la súper obra, sería súper autor siempre y produjera la súper
obra siempre. Pero no es así. En el mundo literario no se da ese fenómeno. Es
muy difícil que todas las obras de un mismo autor sean obras maestras y menos
perfectas porque no existen. Ni que todas las críticas literarias a los textos
sean también críticas maestras o perfectas, portadoras de un estado poético al
manejar la metodología para la crítica literaria. Ciertos críticos se pierden
en el mundo del perfeccionismo porque viven en sus “altas cumbres”.
Lo más fácil es que trabaje
con lo que sabe: recurrir a la memoria histórica acrisolada en lecturas
pasadas, clásicas o modernas; que apunte la literalidad como sostiene Domínguez
Casparrós (2009) que se concreta en los
procedimientos literarios (constituyentes fonéticos y léxicos, disposición de
las palabras, construcciones semánticas, etc.) De esa manera podría
desautomatizar la percepción de las formas, presentando nuevas escenas de la
realidad. Lo más difícil, junto a lo anteriormente expuesto, es superar la
literalidad y llevar la critica a un estadio superior, despojada de los gazapos
del ego humano, donde sus argumentos tiendan sábanas de verdades objetivas y
trascendentes.
El limes donde se mueven ciertos
críticos literarios suele ser un espacio carenciado de auténtica paz. Con razón
o sin razón crítica ellos buscan sus verdades acantonándose en lo alto de las
montañas del ego. Se pueden creer “superhombres” que desde sus perspectivas planean
lo mismo que Nietzsche: “Dios ha muerto”. Se abre el infinito de la elocuencia
para ellos. Quizá eso no sea lo malo, que “Dios haya muerto”, lo malo es
después de creer a “Dios muerto”, ocupen su lugar con la grandilocuencia de lo
perfecto, por encima del estadio poético mismo, con la arrogancia de Thor ya demonizado
por los cristianos. Entonces, en esas condiciones los críticos siempre harán
especulaciones, siempre lanzarán miradas torcidas a las obras, inferencias tal
vez; juicios basados en esquemas, corrientes de pensamientos, condiciones
humanas, y sobre todo con la amenaza que plantea la dimensión temporal en los
análisis.
Les aseguro que si estas
palabras las hubiera escrito diez minutos después de haber leído los argumentos
sobre la obra “Sumer: poética de los números”, externados por el periodista
José Carvajal, el discurso no sería el mismo, el análisis no sería el mismo, ni
el tratamiento hacia su oficio de “crítico literario” sería el mismo.
Como todo tiene muchas caras
y un buen analista o crítico no puede ni debe aparcarse en sus “jardines de
confort” para analizar una obra o cualquier actividad humana, he aquí otra
versión desde otra perspectiva. Una versión que apunta al ejercicio de la
crítica literaria: Necesitamos a los críticos, a los buenos y a los malos, a
los reduccionistas y anarquistas, a los omnisapientes; “onniausentes” y
omnipresentes, a los nobles y a los villanos. A los que miran de forma tubular
y a los que observan de manera minuciosa holística. No estaría contento si una
obra creativa no se sometiera al escrutinio de una ciencia objetiva y hasta de
marras. Esto ayudaría a distinguir y calificar la profesionalidad y la
objetividad del sujeto quien critica para aceptarlo o descalificarlo. Estas
personas, corren más riesgos que los poetas, porque a un crítico no se le
perdonaría que por desconocimiento temático de un texto pierda su tiempo
empantanado en el análisis de una metáfora. Esa misma metáfora que la ve
malograda porque los lentes de su mundo interior están malogrados para ver:
están rotos.
Tomaremos otro ejemplo
altamente conocido, pero siempre bueno. A nadie le sorprende las tesis que ha
generado en la crítica literaria el micro cuento de Augusto Monterroso: “Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Decenas y decenas de cuartillas
de contenido crítico han sido llenadas solamente para el análisis de estas
siete palabras. ¡Miren esto! Tenían que ser siete palabras. Solo el número de
palabras nos lleva a un análisis cabalístico del llamado micro cuento.
También podríamos inferir en
la escala crítica conceptual en este escrito de Monterroso su ambigüedad
temática, su multivocidad, la referencia primitiva y hasta los conceptos
antiguos y modernos del conocimiento y el alma humana. ¡Pero, fíjese como son las cosas! Si le muevo
el signo de coma para otro lado en el referido cuento y digo: “Cuando despertó
el dinosaurio, todavía estaba allí”, se abren otros sentidos, otros análisis.
En el primer caso, literalmente se aludía a un dinosaurio, y en el segundo
caso, nadie sabe “quién estaba allí”. Se generan mundos de altas críticas de
tipo mítico-platónico, desde la teoría aristotélica del movimiento hasta la
teoría de la expansión del Universo.
Así es, los críticos tienen
una tarea “maldita” cuando analizan poesía, aunque el escrito Monterroso se
considera como un micro cuento, también tiene su carga poética. Como decía, los críticos no solo no se arriesgan
a salir mal parados, a “no hacer la tarea”, sino a exponer sus limitadas
capacidades metodológicas por la subjetividad poética. Si se mata la
subjetividad, se mata el lenguaje poético desde la producción individual y
habrá que producir una poesía de manera colectiva. No creo que el individuo
humano también se le niegue crear sus propias subjetividades.
Entiendo que el crítico
literario se convierte sin quererlo en un puente entre el autor y el lector.
Son muchos los motivos que lo impulsan a realizar su trabajo. Como ya se ha
dicho y ahora referenciado algunos le atribuyen el trabajo del crítico al
“fracaso literario” (François Truffaut, 1932-1984), y la incapacidad de
producir su propio acto estético trascendente en otro de los géneros literarios.
No se atreven a desarrollarlo porque supuestamente tienen miedo de ser juzgados.
Según esas opiniones equivocadamente el crítico piensa haber encontrado el
género ideal para descargar sus
frustraciones, sus incapacidades, sus rupturas personales y sus egos enfermizos. Otros sostienen que el crítico literario
realiza el oficio como sostén del márquetin de las editoras, produciendo
sensacionalismos con fines comerciales aunque tengan que elevar a las regiones
inaccesibles del arte grandes panfletos y sufribles propuestas literarias. Sin
darse cuenta, los hay que utilizan los prejuicios o falacias filosóficas como
la de apelación a la autoridad para aprobar o rechazar textos literarios (Caso
margarite Durás, 1914-1996) o cualquier otro autor que haya tenido éxito, sin
observar las características que determinan una buena crítica literaria sin
tomar en cuenta al aspecto temporal, “donde se prejuzga lo bueno con lo
antiguo” (Domínguez, 2009), lo bueno por su antigüedad (eso es mío).
Ese tipo de pensamiento y
opiniones sobre la crítica no puede ser más que una desviada evolución de los
análisis que se les hacían a las obras literarias antes del siglo XX cuando
primaban los aspectos subjetivos, goces, sentimientos, que luego dieran un giro
al aparecer la escuela Formalista Rusa en San Petersburgo que dio razón a la
construcción de la literalidad como fundamento u objeto de una ciencia de
carácter literario. Y tenía que ser rusa, donde precisamente muchos de mis
amigos, izquierdistas de las décadas del 60 y 70 se formaron, hoy existencialistas y
renegados, porta estandartes de un llamado neoliberalismo salvaje, que no es
más que un capitalismo en decadencia; una “civilización” moribunda donde una
ínfima minoría tiene más riquezas que las grandes mayorías de la población a
escala planetaria.
Es decir, que el mensaje de
los Formalistas provocó rupturas en cuando a la manera de hacer crítica
literaria, principalmente en cuanto a la teoría de funciones del lenguaje,
donde tienen sus espacios Víktor Shklovski (1893–1984), Vladímir Propp
(1895–1970), Roman Jakobson (1896
–1982). En el caso propio Shklovski nos ayudó bastante debido a sus estudios
principalmente en el género cuento, el género en el cual hemos incursionado con
un poco más de deseo, impulsado por las ideas, el canon y el paradigma
latinoamericanos y la proximidad con el
maestro Juan Bosch. Shkloyski que apostaba a la desautomatización, al
análisis de tipo formal y percibe la forma del texto y la realidad, de igual
manera estética. No era casual que para principio de siglo XX en Europa
entraran al discurso literario, principalmente creativo, el surrealismo de
Breton con Philippe Soupault, Louis Aragon, Paul Éluard, René Crevel, Michel
Leiris, Robert Desnos, Benjamín Perét, y el Dadaísmo como una acción antagónica
a los pensamientos mecanicistas.
Si el siglo XX fue el siglo
de oro para la filosofía moral (Guisán, 2005). También en el siglo XX empezó la enfermedad y muerte de la
moral. El siglo XXI será la sepultura de esa moral alcanzada hasta el siglo
pasado y el renacimiento de nuevas éticas y formas diferentes de ver al mundo,
de la trasmutación del pensamiento. Po eso no es raro que la crítica literaria
asuma nuevas posturas y supere los métodos formalistas, mecanicistas y a veces
canónicos
Hay críticos literarios
altamente influenciados por el pensamiento de Schopenhauer “la gran voluntad
que lo mueve todo, es una especie de monstruo terrible, que desea
permanentemente, que acumula el frenesí de las pasiones que no tiene ningún
objetivo, que desea cosas que no llevan a nada, más que a seguir deseando”
(Savater, 2013), deseando una obra literaria perfecta y luego se cansan para
desear otra más perfecta todavía.
En fin, ciertos críticos nuestros
son como los hombres víctimas del sufrimiento de todo lo que lo rodea, en este
caso toda la literatura, especialmente la dominicana. Pero olvidan que el mismo
filosofo aludido plantea salidas para el sufrimiento a decir Fernando Savater
una de ellas es la contemplación estética porque todas las artes son
liberadoras de la “maldición de la voluntad” en ciertos grados. Algunos
críticos literarios escriben “parerga y paralipomena”, no el sentido
filosófico, sino en el sentido literal de estas palabras. Todo afuera es
insignificante e insustancial. Sin embargo, no son capaces de escapar de la
“maldición de la voluntad”.
O sea que la formación de un
individuo en Rusia en los tiempos de Guerra Fría, que tenga actitudes
literarias, jamás pasaría de forma desapercibida la influencia de los formalistas.
Tampoco una persona cuyo carácter sea “contestatario social”, revolucionario de
los “caos verdaderos y supuestos”, estaría fuera del paradigma marxista,
tendiendo a anquilosarse, si no le siguen propuestas renovadoras como condición
natural del pensamiento humano y las sociedades. Por demás la propuesta de los
formalistas es un tanto mecanicista y de alguna forma puede parecer
“encasillante”, ya sea por su rigurosidad o prejuicios ideológicos políticos. La
ciencia de la verdad y la objetividad resiste relatividades.
La visión espacio-temporal
de las cosas, es clave no solo en los campos de la física, sino en el aspecto
más concreto, en las sociedades, en el análisis de los contextos pasados y
presentes. La crítica literaria de hoy no puede ser la misma que las de antes
del siglo XX, ya posee otra rigurosidad dada por el pensamiento y los aportes
metodológicos que superan cualquier forma de cuestionamiento a priori o que
sesgan la cosmogonía. Esa que puede presentar una obra de carácter estético
como la poesía, por meros formalismos y apelación a plataformas egoicas, solo
por rebeldías ideológicas y pugnas personales; esto en detrimento de un género como la
crítica. Esa crítica que tiende en su expresión más acabada a generar campos
creativos de trascendencia y no quedarse en la estación primitiva del descarte o
aprobación de una obra literaria.
La crítica literaria es un
acto creativo y valorativo; más creativo que valorativo. Es un ejercicio que el
valor lo da el ejercicio mismo, la capacidad de convencer y generar las explosiones de verdades
ontológicas mediante rupturas y propuestas con nuevas miradas filológicas y la inclusión de las
nuevas tecnologías del pensamiento. Alejarse del comentario literario es lo más
prudente, lo más beneficioso para la literatura y los autores. Crear una
plataforma holística de donde se puedan lanzar crispas creativas de la crítica
aunque estas chispas se conviertan en bombazos lastimeros, pero en definitiva revolucionarios.
Vayamos a lo local, algunos
elementos que han influenciado la crítica literaria aplicada a los escritores
dominicanos son los asociados a los movimientos y corrientes de pensamientos literarios
y estéticos atrasados y vigentes. Como país insular (antes del boom de las
tecnologías de la información y la comunicación) impactaron los modelos de
escritura europea, latinoamericana y norteamericana, aunque en algunos casos la
oriental. Escritores conocidos formados en Francia, la antigua URSS, y los
Estados Unidos de América, trajeron modelos, matices, estructuras; temas no
solo para ser desarrollados como actos de creación literaria, sino también con
los esquemas críticos. Pero la crítica
literaria siempre fue escasa o casi nula. Se acogían a las ideas de Formalismo
Ruso, la estilística y el neoformalismo estructuralista, que tienen como se
dicho el carácter mecanicista.
No nos detendremos en las causas porque sondear los espacios
racionales, lo vericuetos caminos de la mente humana y las emociones que
generan la infravaloración de la obra de escritores dominicanos porque se
necesita un análisis con mayor profundidad. Se necesitan sociólogos, “culturólogos”,
psicólogos, psicolingüistas, interculturalistas, etnólogos, neurocientíficos...
Para algunos europeizantes, y “norteamaericanizados”,
nada de lo que se produce en este país sirve. Ni su literatura, ni su
desarrollo, ni su gente, ni nada. Es como un odio cultural. Pero lo peor del
caso es que solo sirve lo que ellos hacen y critican. ¡Qué falacia!
Hay también escritores impactados por la historia revolución
rusa, el nacionalismo nazi, la segunda guerra mundial, la impronta de la
revolución de Mao Tse-tung, la revolución cubana, las dictaduras
latinoamericanas. Personas que lograron salir y formarse de alguna manera
aunque no sea necesariamente en humanidades ni en literatura, fueron víctimas
por choques de ejemplos culturales y conocimientos nuevos a los cuales no
tenían acceso los escritores del patio. Esos escritores del patio para ellos,
son y serán siempre malos, muy malos; y
ellos son buenos, muy buenos, “superautores”.
Ellos piensan que el tiempo en el país se paró en las últimas
tres décadas y estamos en el mismo estado socio cultural que nos dejaron en la
década del 80. Y que ellos avanzaron y están encima en el tiempo tres siglos.
Se abrogan el derecho de descalificar a todo mundo. Nadie sirve. Quizá tengan
razón en muchos de sus planteamientos, por los indicadores educacionales y la
cuestionada práctica de la justicia, pero eso no les da potestad para medir con
tabla rasa al país y su proceso de construcción.
Nuestro país le debe demasiado a la diáspora. Sus aportes a
la economía, a la cultura y al desarrollo son incalculables. No existen formas
de cómo devolverles a esos dominicanos ese gran esfuerzo que hacen por sus
hermanos en esta isla. Por eso no entiendo porque existen intelectuales de esa
diáspora que odian a este país, que devuelven los paisajes que se envolvieron
en sus ojos en los años primeros de sus vidas. Eso no lo entiendo.
Toda la descarga negativa la hacen mediante argumentaciones
estériles y vacías. Buscan el enfrentamiento personal para dar a conocer su
oficio, su profesión, su obra por falta de trascendencia. Odian los premios
literarios, los méritos. Odian a sus antiguos amigos y coleccionan potenciales
enemigos en el mundillo intelectual, no sabiendo que alimentan la podredumbre
que ellos mismos cuestionan.
Y para terminar diré que los enfrentamientos entre
“intelectuales” no son nuevos, ni en el país ni en ninguna parte del mundo. Para
poner un ejemplo cercano en el tiempo y no remontarnos a siglos pasados: ¿Quién
no recuerda el enfrentamiento de Juan Ramón Jiménes y Pablo Neruda? Unos lo
tildan como “el pleito Neruda- Jiménes”, donde se “magnificaban ofensas”,
aunque Gastón Figuerira, citado por
Grullón (1971), dice: “Más que un pleito poético, ambos irritables vates
es un pleito de generaciones, y requiere un estudio minucioso”. También,
citando las razones de los enfrentamientos Neruda- Jiménes, (yo diría Jiménes-
Neruda), Marcos Winocur (2006) expresa que Jiménes refiriéndose a Neruda le
dijo que es “El mejor de los malos poetas”. Algunos decían con razón Jiménes perdió el tiempo en estas diatribas y no se dio cuenta lo grande que era como
escritor.
Por eso, quizá este tipo de dimes y diretes entre escritores
algunos suelen considerarlos como pérdida de tiempo. Yo no lo creo tanto. Algo
se saca. Lo malo es que para esto no se sobreponga la degradación personal al
pensamiento científico-estético de la crítica literaria. Eso es lo malo.
¿Será este caso un fenómeno generacional?
Fin.
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