Mario Bunge: “La mayor parte de los filósofos actuales se ocupa de menudencias”
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De Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) vale decir lo mismo que Plutarco del legislador ateniense Solón:
“Envejeció poco a poco, y cada día aprendió algo nuevo”. Es uno de los
grandes filósofos vivos, Premio Príncipe de Asturias de Humanidades en
1982, doctor Honoris Causa por 19 universidades y único autor de habla
española que se encuentra, con 43 milidarwins, entre los científicos
“más famosos de los últimos 200 años” (The Science Hall of Fame).
No está mal para ser un heterodoxo. Porque Bunge, profesor emérito de
la Universidad de McGill, es un realista: cree, humildemente, que la
realidad existe; desde los anillos de Saturno hasta el último quark, las
cosas son de verdad. Y la realidad estuvo muy mal considerada por la
filosofía del siglo XX, que solo era capaz de ver, de manera oscura y
confusa, estructuras, signos y discursos. Bunge operó de cataratas en su
impresionante Tratado de Filosofía Básica en ocho volúmenes, y
en más de 50 libros y 500 artículos en los que saca el polvo a la
filosofía de la ciencia, física teórica, química, neurociencia, ciencia
cognitiva, matemáticas, psicología y sociología. Escribe en inglés y en
castellano, en grande y en pequeño, pero siempre con letra clara y sin
miramientos, porque es de los que piensa que ningún adversario de valía
se molesta por una crítica contundente. Me citó en Montreal, una tarde
de mayo del año en que va a cumplir 94. Llama la atención la apostura,
la mirada azul que arde lentamente. Sobre la mesa y el sofá hay docenas
de libros y revistas desparramadas. Puedo distinguir una biografía de Marx y otra de Popper, las Analectas de Confucio junto a un tratado de Helvetius, los semanarios Science y Nature encima de números atrasados del New York Review of Books. Es otra manera de entender la lujuria.
El
escritor italiano Edmundo d’Amicis decía que el destino de mucha gente
depende de tener o no tener una biblioteca en el hogar paterno. ¿Fue su
caso?
Es muy cierto. Y sí, fue mi caso. Mi padre tenía, además de sus propios libros, algunos heredados de su hermano Carlos Octavio,
que era un escritor, profesor e intelectual público, y también de su
padre, de modo que ahí había, por lo pronto, una gran colección de
literatura española buenísima. Ahí leía al Arcipreste de Hita y literatura ya olvidada en España, así como a Schiller, a Goethe, estaban las obras completas de Voltaire —como correspondía a un volteriano como era mi abuelo, ministro de la Corte Suprema a fines del siglo XIX—, algún libro de filosofía, aunque no muchos, solamente uno de ciencias, que era un tratado de química obsoleto anterior a Lavoisier…
Mi padre, además de ser médico era escritor y gran admirador de las
grandes obras, así como traductor de varias novelas antibélicas que
aparecieron justo después de terminar la primera guerra mundial. Por eso
muchas veces me pregunto por estos chicos norteamericanos que nacen en
una casa donde el único libro que hay es la guía telefónica en el mejor
de los casos. Es un mal muy extendido. Usted se sorprendería, pero en
muchas casas de profesores universitarios casi no hay libros. Los únicos
que poseen los tienen en su despacho de la universidad y casi todos son
libros de texto. No gastan dinero en libros. Se limitan a los libros de
texto que les dan gratuitamente las editoriales y a la biblioteca, que
es más o menos buena pero nunca completamente satisfactoria. Por cierto,
D’Amicis era muy popular en Argentina. Escribió un libro que se llamaba De los Apeninos a los Andes.
Contaba la historia de un chico que, debido a la miseria, emigra de
Italia a Argentina. Fue antifascista, y claro, su obra no tuvo una vida
fácil en la Italia de Mussolini. Fue muy fértil y, como le digo, muy
leído en su tiempo.
Usted
se doctoró en Física en la Universidad de La Plata en 1952, y en la
Universidad de Buenos Aires, dio clase entre 1956 y 1963, antes de irse
del país. ¿Cómo era el clima intelectual en la Argentina peronista?
Era
lamentablemente bajo. Casi todos los intelectuales de valor estaban
fuera de la universidad. Quedaban científicos pero no había una buena
atmósfera de trabajo, porque la política científica estaba dictada por
las unidades políticas peronistas. Por ejemplo, se reunía al personal de
maestranza para dictaminar qué materias se iban a dictar ese año. Se
decía, por ejemplo: “Geometría diferencial, ¿qué es eso? ¿En qué puede
ayudar al desarrollo del país? No se dicta”. Eso fue en el segundo
período peronista. Pero en el primero llegó un momento, en 1952, cuando a
mí me echaron, que se requería afiliarse al partido peronista. Casi
todo el mundo se afilió, dijeron que no te comprometía, pero yo, igual
que algunos otros, me negué. Así que, por supuesto, a la calle.
Estuvo en la cárcel por apoyar una huelga general.
Estuve
en la cárcel sin merecerlo. Me castigaron por pecados muy anteriores,
en particular por haber fundado en 1938 la Universidad Obrera, que era
una organización independiente perteneciente a la sociedad civil y, por
lo tanto, indeseable para cualquier régimen duro, que lo primero que
hace es eliminar cualquier obstáculo que haya entre el individuo y el
Estado. Me acusaron de incitar a la huelga ferroviaria de 1951, que fue
la primera gran huelga que le hicieron al gobierno peronista. Yo ni
siquiera viajaba en tren, en aquella época tenía auto, y no tenía la
menor relación con dirigentes sindicales. En la cárcel me encontré con
varios de ellos. Uno con quien compartí mi celda era un muchacho
completamente desconcertado porque había sido buen peronista militante y
no entendía cómo había acabado metido allí. También compartíamos morada
con un médico que tampoco entendía por qué estaba allí. Tuve la ocasión
de conocer no solamente a los llamados “políticos”, sino también a
delincuentes, alguno de ellos famoso. Por ejemplo, al que vendió un
tranvía. Estaba muy orgulloso de haber vendido un tranvía a un pobre
diablo. Casi todos eran gente desagradable, muy egoísta, que no
compartía nada. Había uno que era buena persona y llevaba el apodo
“Dedos Brujos”.
En uno de sus libros habla de él.
Exacto.
Era muy habilidoso y desenredaba las madejas en las tejedoras, era muy
buena persona. Pero los demás eran desagradables, sobre todo los
criminales profesionales.
¿Su emigración fue, en alguna medida, forzada?
Pasó
lo siguiente: a fines de 1962 había un gobierno constitucional elegido
democráticamente, pero estaba bajo la presión de la CIA, que
eventualmente lo hizo caer. El ejército se dividió en dos y hubo una
batalla entre ambas facciones, los rojos y los azules, y no se sabe muy
bien el motivo, yo al menos no sé por qué. En todo caso había muchos
indicios de que el gobierno iba a ser cada vez a menos democrático.
Echaron al presidente Frondizi porque tuvo la osadía de recibir al Che Guevara
y negarse a que expulsaran a Cuba de la Organización de Estados
Americanos. De la intervención de la CIA me enteré hace solo un par de
años. Me dije que estaba por venir una nueva dictadura, y yo había
vivido casi toda mi vida bajo alguna, pero los últimos años había estado
gozando de la libertad que había, así que me dije que no, que nos
íbamos a otra parte. Nos fuimos a Estados Unidos esperando encontrar
alguna cosa y eventualmente caímos aquí, en Canadá.
En 1966.
Sí.
¿Cómo fue su llegada a Canadá? Es un país de inmigración.
Sí, completamente.
¿Lo pasaron mal al principio?
No,
para nada. Nos integramos bien desde el principio y me recibieron muy
bien. Al poco de llegar me metieron en una comisión cuya función era
diseñar los CÉGEP*, creo que ustedes lo llaman cursos preuniversitarios.
En aquella época todavía había un gran respeto por la ciencia y yo me
especializaba en filosofía de la ciencia. Ahora eso ha cambiado
radicalmente. Por ejemplo, en el momento actual el gobierno conservador
ha resuelto dejar de apoyar a la ciencia básica y apoyar solamente a la
técnica (en castellano, por cierto, decimos tecnología donde deberíamos
decir técnica). ¿No saben que una cosa sin la otra no funciona y que
requieren aptitudes muy diferentes? En todo caso, de entrada nos fue muy
bien. A mi mujer la recibieron muy bien y a mí me toleraron.
[* College d"Enseignement Général et Professional en sus siglas francesas, General and Vocational College,
en inglés. En Quebec, institutos de enseñanza postsecundaria por los
que han de pasar los alumnos que quieran ir a la Universidad].
En
el último censo uno de cada cinco canadienses ha nacido en el
extranjero, y en Toronto ya son más de la mitad. Hay un novelista
canadiense, ya muerto, de Montreal, Mordecai Richler.
Sí,
lo conocí, aunque de lejos. Tenía una hija que asistía a la misma
escuela que la mía, de modo que nos vimos en las reuniones de padres.
Pero yo lo evitaba porque él fumaba unos cigarros pestíferos.
Tiene una definición hermosa de Canadá: “El país de las segundas oportunidades de todo el mundo”.
Es verdad, bien cierto. Richler
era muy buen escritor y entretenido, pero también muy contrario al
nacionalismo quebequés. Una parte de la comunidad judía era muy hostil
hacia los francófonos.
Algunos francófonos también eran hostiles hacia los judíos. Hubo un sector que apoyó a la Francia de Vichy.
Hubo
dos inmigraciones de judíos. La primera fue de judíos sefardíes que
venían del norte de África y se sumó a la población francófona,
asimilándose en seguida; después vino una segunda que se integró en la
comunidad anglófona. Si muchos francófonos eran antisemitas era también
porque la Iglesia era antisemita. En 1940 los grandes enemigos de la
Iglesia Católica eran los judíos, los ateos, los masones y los
comunistas. Que yo sepa, masones no había, pero judíos sí, ateos había
muy pocos. La Iglesia apadrinó a muchos criminales de guerra franceses y
belgas que se refugiaron en Quebec a fines de la guerra, en 1944 y
1945. Un trabajador de la embajada canadiense en el París ocupado daba
visados y pasaportes a cuanto criminal de guerra hubiera. Al llegar se
refugiaron en conventos y monasterios. En aquella época había muchos,
pero, al poco de llegar nosotros, los conventos se vaciaron, se casaron
los curas y las monjas. En cuatro o cinco años se secularizó la sociedad
con notable rapidez.
La llamada “Revolución tranquila”.
Sí.
Fue tranquila con la excepción de un pequeño grupo nacionalista,
terrorista, extremista y separatista* que incluso ponía bombas en los
buzones. Pero era más retórico que otra cosa.
* [El FLQ, Frente de Liberación de Quebec].
Usted sigue escribiendo.
Sí, claro.
¿Cuál es su rutina de trabajo?
Antes
solía despertarme a las siete de la mañana y trabajar seguido hasta las
seis de la tarde, la mitad en casa y el resto en la Universidad. En
los últimos años ha cambiado mucho. Mi vejez empezó a los 90 años, y
desde entonces trabajo mucho menos porque me canso mucho más. Me
despierto y lo primero que hago es revisar mi e-mail por si hay algún
mensaje urgente. Después de bañarme y desayunar me pongo a trabajar en
lo que estoy haciendo, o a estudiar, sobre todo revistas científicas.
Leo regularmente los semanarios Science y Nature. Las
publicaciones filosóficas ya casi ni las miro, no encuentro nada que me
interese; me parece que la filosofía está en un punto muy bajo, hay
mucha escolástica y pocas ideas nuevas. En cambio, la ciencia siempre se
renueva.
¿Qué está escribiendo ahora?
He empezado a escribir mis memorias. Hasta hace poco trabajé en mi último libro, que se llama Medical philosophy.
Lo he visto, se publicó el año pasado.
Sí, en castellano. Pero lo he vuelto a escribir en inglés y está por salir a fines de este mes.
Hablando
de lenguas. Usted ha polemizado con muchas escuelas de pensamiento,
entre ellas la fenomenología y el existencialismo, a las que tacha de
tenebrosas e incomprensibles. Comparte esta aversión con su compatriota
Sebreli, que dice que Heidegger y Husserl se benefician de la idea de
que todo lo absurdo es profundo. Usted añade que se aprovechan del
prestigio filosófico de la lengua alemana.
Eso seguro. Si hubieran escrito en castellano, o en otra lengua, no serían tan conocidos.
En su esnobismo, Heidegger llegaba a decir que solo se puede pensar con propiedad en alemán.
Y en griego antiguo. Claro que pensaba así, era nacionalista, al punto de ser nazi. Es algo completamente ridículo. Heidegger, a mi modo de ver, masacró la lengua alemana. Husserl
escribía mejor, pero también de forma muy oscura, y fue, por supuesto,
el maestro de Heidegger. Este le dedica la primera edición de Ser y Tiempo
a su maestro, Husserl. En las ediciones posteriores eliminó esa
dedicatoria porque se descubrió que Husserl era judío y, por lo tanto,
no estaba bien visto por los nuevos amos de Heidegger. El
existencialismo llegó muy temprano a Argentina. Llegó en los años 30
porque hubo gente que fue a estudiar a Alemania con Heidegger. También
hubo influencia del existencialista católico francés Gabriel Marcel.
Llegó muy temprano y se apoderó de las principales cátedras. Ya el
pensamiento reaccionario, oscurantista, contrario a la Ilustración,
había empezado a predominar en los años 20, con la llamada reacción
antipositivista. Hay un viejo malentendido, y es identificar el
positivismo con el cientificismo. Los positivistas elogian a la ciencia,
pero le hicieron mucho daño, porque eran fenomenistas: no creían en
nada que no fuera palpable, que no fuera visible.
Empezó
a escribir en castellano, y de ahí se pasó al inglés. Desde entonces
escribe en ambas. ¿Es el castellano una lengua bien dotada para la
comunicación científica?
Por supuesto.
¿Existen lenguas más y menos aptas para la comunicación científica?
Todas las lenguas avanzadas son igualmente aptas y ha habido científicos que se han expresado en todas ellas. Ramón y Cajal,
por ejemplo, escribió en castellano y francés. ¿Por qué en francés?
Porque en ese momento, antes de la Primera Guerra Mundial, el francés
era la lengua culta, y Francia era una potencia, no solamente política,
sino cultural; cosa que terminó definitivamente con la Segunda Guerra
Mundial. El francés era la primera lengua extranjera que estudiábamos en
la escuela.
En España también era así.
Después
de la Segunda Guerra Mundial fue sustituida por el inglés. Yo aprendí
francés, que siempre me gustó mucho, y después mi padre me puso un tutor
de alemán. Y, después, inglés.
Como
dice, el francés fue la lengua de comunicación científica y cultural
hasta la Segunda Guerra Mundial. Después comenzó el predominio del
inglés.
Bueno,
en realidad los científicos en todo el mundo, a fines del siglo XIX,
tenían que aprender alemán porque Alemania había llegado a ser la cumbre
científica ya en 1880, tras la derrota de Francia en la guerra
franco-prusiana. La ciencia alemana era más innovadora y la gran
aspiración del joven científico era poder estudiar en Alemania. Dos de
mis tíos, por ejemplo, fueron a Alemania a doctorarse en ingeniería. Y
la medicina alemana era la más avanzada de su tiempo porque había
recogido todo lo bueno de la medicina francesa, que fue la primera
científica, y le había agregado algo que los franceses no tenían, que
era la farmacología, además con una poderosa industria farmacéutica. No
en vano la aspirina la inventó un alemán.
Hoy
la lengua franca es, de manera abrumadora, el inglés, lo que tiene sus
bondades, pero también sus inconvenientes. La hegemonía del inglés
impide que se preste más atención a lo que investigan y publican
científicos en universidades africanas, latinoamericanas, asiáticas,
europeas incluso… Por otro lado, la reducción de todas las lenguas a una
sola lengua de trabajo favorece el comunismo epistémico que usted
señala como propio de la ciencia. ¿No deberíamos renunciar a que el
español o el francés, por ejemplo, que son y serán lenguas de cultura y
de relación, sean también lenguas de ciencia, y pasarnos todos al inglés
para hacer ciencia? ¿Perderíamos algo con eso?
No,
eso me parece ridículo. En la Asociación Física Argentina, de cuyas
publicaciones estuve al cargo, fui partidario de publicar algunas cosas
extensas en castellano y después, de forma resumida, en inglés. Pero es
que la lengua local, entre otras cosas, es la lengua de la enseñanza. En
Argentina o España se enseña en castellano, no en inglés, y se comunica
mucho más fácil y rápidamente en la lengua vernácula. Entonces, hay que
mantener las dos cosas.
En todo caso los científicos son o deberían ser los menos propensos al nacionalismo.
Por
supuesto, yo no he conocido a ningún científico notable que fuera
nacionalista de lo suyo, ni siquiera en la Alemania nazi. Los
científicos nacionalsocialistas alemanes eran gente de segunda o tercera
categoría.
Antes
hablábamos de tres clases de ciencias: naturales, sociales y morales o
prudenciales. Pero hoy hay ciencias empresariales, ambientales, del
turismo, de la educación… ¿está justificada esta floración?
No,
es una división profesional, no conceptual. Al contrario, uno de los
aspectos más interesantes de las últimas décadas es la convergencia y
síntesis de ciencias, la aparición de ciencias híbridas, empezando por
la fisicoquímica, la bioquímica, la neurociencia cognitiva, la
socioeconomía… porque la gente advierte que cada una de las ciencias es
limitada artificialmente. Por ejemplo, un economista que no tenga en
cuenta los aspectos sociales y la tradición e historia de la sociedad no
va a tener mucho éxito. Sí se puede distinguir, que no separar, las
ciencias naturales de las sociales —o culturales, como dicen los
alemanes—,
pero eso no impide la existencia de ciencias híbridas como la
epidemiología, la demografía, la psicología, la medicina social…
Obviamente, los individuos somos estudiados por científicos naturales y
sociales, pero hay ciertas cosas tales como los sistemas económicos o
las empresas que, pese a ser sistemas, están formadas por individuos,
que con sus decisiones alteran esos sistemas, que su vez moldean a los
individuos; nacemos en sociedades que nos pre-existen, nos forman y
deforman. Por ejemplo, en estos momentos mi hija la psicóloga está
estudiando intensamente los efectos de la educación y el aprendizaje
sobre el cerebro, cómo va cambiando y dejando huellas anatómicas.
Usted
explica que la filosofía de la ciencia importa porque los científicos
rara vez examinan sus presupuestos y eso los puede llevar por caminos
equivocados. Un ejemplo que menciona a menudo es el dualismo
mente-cerebro, que impidió durante siglos el correcto entendimiento de
las enfermedades mentales. Pero la tesis contraria, que lo mental es
cerebral, ha permitido avances espectaculares en los últimos 50 años. Y
esa es la base para desacreditar al psicoanálisis, que usted define como
la etapa chamánica de la psiquiatría.
Confirmo todo eso, pero agrego que, si bien los procesos mentales son procesos cerebrales, como ya bien señalaba Hipócrates,
no es lo mismo pensar con la barriga vacía que pensar con la barriga
llena, que no es lo mismo la manera de pensar y actuar de un desocupado
que la de un empresario potente. Tenemos que tener en cuenta también la
psicología social, que se ocupa precisamente de esa interfase
individuo-sociedad.
En psicología hay varias escuelas. Refutado el psicoanálisis, ¿cuáles merecen atención?
El
psicoanálisis subsiste solamente en los márgenes, por ejemplo en París,
en Barcelona y en Buenos Aires. Fuera de esas ciudades ya no existe
más. En psicología científica ya no se habla de escuelas. El conductismo
se acabó hace ya 30 años o más. Hay estilos o maneras de abordar lo
mental. La más adelantada es la neurociencia cognitiva y afectiva, el
estudio de las emociones, las pasiones. Como dije, las escuelas se
acabaron. Y no se estudia por autores o escuelas, sino por temas. Ojalá
pasara lo mismo en filosofía. Las universidades de filosofía estudian
autores: Aristóteles, Santo Tomás, Descartes… en
lugar de estudiar por temas, como el problema del espacio, de la
consciencia, la convivencia, la justicia… Es más fácil estudiar por
autores, porque entonces una persona se lee unos cuantos libros de un
autor y se convierte en experto en ese autor, y al ser experto en ese
autor, no sabe nada de lo que pasa. Por ejemplo, los expertos en Kant
no entienden de dónde viene Kant y adónde va Kant. Kant es un puente
entre dos tradiciones: la del racionalismo y el empirismo por un lado y
el positivismo por el otro. Los positivistas son continuadores de Kant
porque ambos son subjetivistas y dicen que la realidad no es más que
una colección de fenómenos, o sea, apariencias.
En
Europa hay ahora una crisis económica tremenda y es muy frustrante ver
que los economistas no se ponen de acuerdo sobre sus orígenes y la
manera de salir de ella. ¿La economía puede ser científica?
Puede serlo, y algunos autores han hecho economía científica, como Quesnay, que fue el primer macroeconomista, autor del famoso Tableau economique
en el siglo XVIII. Dicho sea de paso, fue mucho más que eso, fue uno de
los grandes anfitriones, en su casa se reunía la gente más ilustrada de
su época para discutir cosas de todo tipo. Keynes fue su sucesor.
Fundador de la macroeconomía.
Sí.
Lamentablemente, los microeconomistas han estado repitiendo, refinando
matemáticamente, lo que expusieron los microeconomistas hacia 1870, no
hay absolutamente nada nuevo. Más aun, Milton Friedman se jacta de ello, en un artículo llamado Vino viejo en botellas nuevas.
Eso demuestra, según él, que la economía es una ciencia. ¡Al contrario,
lo característico de la ciencia es la renovación permanente!, a
diferencia de la teología o las ideologías. El marxismo no ha
evolucionado, como tampoco la teoría económica estándar. El pecado
original de la economía estándar es que postula que los seres humanos se
comportan de una cierta manera, de forma egoísta, tratando siempre de
maximizar sus beneficios y jamás se les ocurrió poner la prueba empírica
para experimentar ese postulado. Este postulado fue puesto a prueba
empírica hace solamente unos 20 años, por la escuela de Daniel Kahneman
(que, siendo psicólogo, ganó el premio Nobel de Economía) y la de
economía experimental de Zurich. Y han encontrado que no es así, que la
mayor parte de nosotros somos reciprocadores. No todos, pero las dos
terceras partes. Es decir, que devolvemos y estamos ansiosos por
devolver los favores que recibimos y por cooperar. Sin cooperar no se
pueden armar sistemas económicos como una empresa. Este es el primer
pecado. El segundo es la creencia de que la economía siempre está en
equilibrio o muy cerca de él, y que si se aparta de él volverá
automáticamente sin que se meta el Estado. Y eso no es cierto. En
Estados Unidos estamos viendo que cada vez que una gran empresa entra en
dificultades le pide préstamos al Estado.
¿La
economía puede alcanzar un cuerpo indubitado de doctrina que nos diga
cómo se sale de una crisis igual que la medicina nos saca de un
resfriado?
Sí,
podría, el problema es el postulado del equilibrio. Desgraciadamente,
los economistas, con muy pocas excepciones, no reconocen la posibilidad
de una crisis, la posibilidad de un desequilibrio entre la demanda y la
oferta. Y al no reconocer la existencia de la bestia son incapaces de
amaestrarla. La economía está en manos de charlatanes muy famosos, tales
como Alan Greenspan, quien, cuando la crisis actual tocó fondo,
en 2010, declaró que le había sorprendido mucho encontrar que los
grandes empresarios y financieros no se comportaban tal y como predecía
la teoría, es decir, de forma inteligente, como egoístas racionales, que
es lo que le había enseñado la charlatana Ayn Rand, una persona
que había sido su mentora, o mentriz, en realidad mentriz. Una mujer muy
hábil que logró envolver a muchísima gente haciéndoles creer que lo
principal era la libertad, cuando, como lo había proclamado la
revolución francesa, lo importantes es la libertad, la igualdad y la
solidaridad. Los tres ideales son alcanzables solo a la vez.
Platón
quería que los filósofos fueran gobernantes. Luego, más modestamente,
quiso que los gobernantes filosofaran. Y antes uno se encontraba con
políticos con una concepción del bien común, pero ahora la política ya
está reducida a la publicidad y la táctica electoral.
La
democracia es una gran cosa pero tiene sus fallos, y uno de ellos es el
electoralismo, es decir, la improvisación de políticas con el solo fin
de ganar la próxima elección. La visión de los políticos no suele pasar
de la próxima elección. No les interesa el futuro de sus nietos, que
muchas veces no tienen. Solo les interesan ellos mismos, su futuro
inmediato como ministros, parlamentarios o asesores del gobierno. No se
dan cuenta de que en la sociedad todo es transitorio.
¿Aún es posible un político-filósofo?
Yo
creo que sí. En realidad, tácitamente, todo el mundo tiene alguna
filosofía, lo que pasa es que desgraciadamente esa filosofía está tomada
de las escuelas filosóficas que están muertas. En las facultades de
humanidades sí hay escuelas. Por definición, una escuela filosófica es
más o menos rígida, no se van adaptando y cambiando a medida que van
evolucionando la ciencia, la técnica y la vida social. Por ejemplo, hay
gente que habla de la justicia en términos abstractos, pero la justicia
tal y como la entendía Aristóteles es muy diferente a como la
entendemos nosotros. Para Aristóteles justicia es que cada cual obtenga
lo que le corresponde. Para nosotros es más bien el equilibrio entre los
deberes y los derechos.
He leído que está decepcionado con Obama.
Muy
decepcionado, y no soy el único. Hay millones de personas en todo el
mundo, y en particular en Estados Unidos, que esperaban que Obama
fuese más o menos fiel a los propósitos que anunció durante su primera
campaña electoral, y los ha traicionado todos con una excepción:
permaneció fiel a su promesa de apoyar la investigación científica. En
eso ha sido coherente consigo mismo, en lo demás no. Fíjese usted, en
Estados Unidos hay profesiones que deberían ser declaradas ilegales, tal
como la de “lobbyist”, el procurador que diríamos en
castellano. En Washington hay 4.500 lobistas registrados, cuya
finalidad, sabida, es corromper a los parlamentarios e incluso, en
muchos casos, escribir proyectos de ley. Esto lo he aprendido en un
texto de economía que tiene todo un capítulo dedicado a los lobistas.
¿Qué debe ser un lobista para ser eficaz? Debe tratar, con todo cinismo,
de escribir él mismo los proyectos de ley y empujar o persuadir al
parlamentario para que adopte el punto de vista de ciertos intereses
creados, de grupos de empresas, en particular la industria del
armamento.
Tengo
la impresión de que Obama es una persona con buenas intenciones que se
ha dado cuenta de que Estados Unidos es un país básicamente
irreformable. Mire el caso de las armas. Para él es más fácil cambiar el
mundo que su país.
Hay
mucho de eso pero también hay mucha hipocresía. Obama fue profesor
universitario pero su arma preferida es el drone, que está proscrito por
la ley internacional porque está prohibido asesinar a la gente en una
soberanía extranjera. Además, en Pakistán ha hecho que ganara las
últimas elecciones un hombre totalmente corrupto, igual que era su
predecesor. Y está dando pretextos a los talibanes para seguir con su
campaña terrorista, porque ahora lo hacen en nombre de todos los civiles
asesinados por los drones, que son la mayor parte de las víctimas.
Además no es cierto que no pueda hacer nada para disminuir el número de
bases militares. Estados Unidos tiene más de 900 bases militares en el
extranjero. Obama no ha abierto la boca sobre eso. Teniendo como tiene
un déficit monstruoso, cerrar bases militares no solamente inhibiría la
tensión militar, sino que disminuiría enormemente los gastos del Estado.
Y no solamente no las ha disminuido, sino que ha instalado una base
nueva, en Australia, un país donde no había bases y ahora hay unos 3.000
militares norteamericanos.
En
España, que padece una crisis económica terrible, ha aparecido una
nueva forma de protesta social llamada escrache. ¿Lo conoce?
No.
Al parecer es un término que proviene del lunfardo.
En lunfardo “escrachar” significa escupir.
Escupir,
señalar… no está claro. Los que protestan, en lugar de manifestarse en
las plazas o las calles lo hacen en los domicilios de los políticos
para, de alguna manera, intimidarles. Hay mucho debate sobre la
legitimidad de este tipo de protesta.
Me
parece ilegítimo ejercer presión individualmente, es una táctica
mafiosa. Las protestas hay que hacerlas en la calle y en el cabildo pero
sobre todo hay que armar debates y discutir racionalmente lo que está
pasando y lo que debe pasar. Las coacciones personales me parecen una
práctica mafiosa. No me extraña que venga de Argentina, ya que allá no
hay una fuerte tradición democrática. Ha sido muchas veces avasallada
por las fuerzas armadas y después por el populismo peronista.
Usted
ha tratado a algunos de los filósofos más importantes del siglo XX. Por
ejemplo Popper, de quien dice que no aceptaba hablar de menudencias.
Ni
tampoco de la actividad política. Se jactaba de que a su casa no
llegaban los periódicos, no tenía televisor, no escuchaba la radio… y al
mismo tiempo quería pasar por gran filósofo social. ¿Cómo puede una
persona hacer eso? De hecho, tuvo posturas políticas. En su primera
juventud fue socialista militante afiliado al partido socialista
austríaco. Después se hizo liberal, en el buen sentido de la palabra,
liberal clásico, no neoliberal; pero seguía con los mismos prejuicios
europeístas. Yo le he oído decir en su casa que el movimiento de
liberación nacional del Congo encabezado por Patrice Lumumba era
una tropa de monos. Por ser negros tenían que ser monos. Del tercer
mundo no sabía nada. Cuando yo le hablé de los crímenes que había
cometido el imperio británico, no quería creer que Gran Bretaña atacó
militarmente dos veces a Argentina a principios del siglo XIX y, cuando
le hablé de la India dijo que los ingleses habían hecho mucho por la
India. Obviamente, nunca oyó hablar de cómo los ingleses arruinaron la
industria textil doméstica de la India, nunca oyó hablar de la rebelión
de los tejedores de Bengala y de cómo los ingleses les cortaron el
pulgar para que no pudieran manejar el telar. Es cierto que llevaron la
lengua inglesa, que hoy es la lengua de comunicación entre los distintos
grupos lingüísticos del país, y también llevaron la medicina moderna,
aunque lo hicieron solo para poder curar a sus propios funcionarios. En
todo caso, Popper tampoco estaba al tanto de las grandes
transformaciones. Sobre el comunismo no tenía nada bueno que decir. Fue
una dictadura horrible, pero también es cierto que la Unión Soviética
fue el país con un menor índice de desigualdad, el índice de Gini, más
bajo del mundo pero, y aquí viene lo interesante, lo compartió con
Dinamarca y Suecia. Es decir, es posible tener lo mismo con métodos
democráticos y no cruentos. La finalidad del socialismo es humanista.
Que fuera corrupta por los comunistas es otra historia. Hay que ser
objetivo y él no lo era.
En la última fase de su obra ingresó en la metafísica, con la teoría de los tres mundos, y usted se lo reprochó.
Yo
escribí un artículo de crítica que no le gustó nada. Se lo mandé, por
supuesto. En él objetaba que Popper ni siquiera definía la noción de
mundo; más aún, Popper decía que no lo va a definir, que dejaría la idea
flou, suelta. Para un filósofo eso es un pecado mayúsculo. Pero
lo más interesante, y es algo poco conocido, es que esa doctrina de los
tres mundos viene de Hegel y la copió Lenin en unas
páginas muy poco conocidas. En vísperas de la primera guerra mundial, en
lugar de estudiar sociología y economía, Lenin estaba estudiando la
lógica de Hegel. Y en sus Cuadernos filosóficos tiene toda una
página dedicada a la doctrina de los tres mundos. Textual. No creo que
Popper hubiera leído eso, pero sí era buen conocedor de la filosofía de
Hegel y fue uno de los primeros en decir que Hegel era un charlatán.
Bueno, el primero fue Schopenhauer, pero a este no se le puede
tomar en serio porque, a su vez, era un charlatán. Popper fue uno de los
primeros filósofos serios que se atrevió a decir la verdad sobre Hegel.
Pero ¿por qué tiene tanto atractivo Hegel? Porque construyó un sistema y
se ocupó de temas importantes. Lo confundió todo, hablaba de forma
difícil, fue el primer posmoderno, era tan confuso que dio lugar a una
izquierda y una derecha… pero si pervivió es porque trató asuntos
interesantes. La mayor parte de los filósofos actuales se ocupa de
menudencias, de opiniones de otros filósofos: ¿Qué opina Fulano de lo
que dijo Mengano de Zutano?
He
leído que Thomas Kuhn acabó harto de hablar de paradigmas y que se
arrepintió de lo que había escrito, pero los kunheanos no tomaron nota.
Al
acabar una conferencia que dio aquí, en McGill, alguien le preguntó
sobre los paradigmas, y el respondió “Por favor, no me pregunten sobre
eso, estoy harto.” Además, lo que pasó es que el concepto de paradigma,
tal y como lo usa Kuhn, es tan impreciso que fue masacrado por una filósofa inglesa muy poco conocida, Margaret Masterman.
Demostró que Kuhn usa esa palabra en 30 sentidos diferentes, era muy
confuso. Le dije ¿cuál va a ser tu próxima aventura, Tom? “Ah, voy a
estudiar el concepto de analogía de Mary Hesse”. Pero Mary Hesse
es una de las grandes confusas de la filosofía de la ciencia, usaba el
concepto de modelo en muchos sentidos diferentes y los confundió.
¿Cuáles han sido las modas filosóficas más nefastas del siglo XX? Ya hemos hablado del psicoanálisis.
La
microeconomía neoclásica es una estafa. Después, por supuesto, la
parapsicología, el marxismo, completamente osificado, es también una
pseudociencia. El existencialismo y la fenomenología. Los posmodernos en
general.
Responsables, además, de la peor prosa académica de la historia.
Claro. Se volvió a poner de moda el viejo adagio teológico: credo quia absurdum,
lo creo porque es absurdo. En Argentina, no solo en las facultades de
filosofía, sino también en las de ciencias sociales, torturan a los
chicos, los obligan a leer, a tragar, a Hegel, a Nietzsche y Heidegger.
Y no entienden nada. ¿Qué puede significar “El tiempo es la maduración
de la temporalidad” que es la definición que da Heidegger de tiempo?
Nada. Bueno, a Nietzsche se le puede entender. Era un canalla pero
escribía de forma elegante.
Se le puede entender y hasta se le puede disfrutar.
Así habló Zaratustra
es un hermoso poema que leí a los 17 años y no volví a leer, pero todo
lo demás… sobre todo sus panfletos políticos y contra la moral me
parecen inmorales.
Usted también distingue entre el feminismo político y el feminismo académico.
El
feminismo político es un movimiento político muy respetable que comenzó
a principios del siglo XX y terminó ganando el voto y mejores
condiciones de trabajo para la mujer. Y otra cosa es el feminismo
académico, que consiste, por ejemplo, en atacar a todos los escritores
que usan un pronombre o un artículo determinado que no gusta. Las
filósofas feministas ignoran que la razón no tiene sexo, y solo logran
segregarse, reuniéndose en sociedades y congresos especiales. Además, no
estudian el grave problema social y político del puesto de la mujer en
la sociedad, sino nimiedades. Tengo una colega que atacaba a Aristóteles
porque había dicho algún disparate sobre la menstruación de los
puercoespines. Pregunta de examen: ¿Qué dice Aristóteles sobre la
menstruación de los puercoespines? ¿A quién puede importarle? Sí,
sabemos que Aristóteles despreciaba a las mujeres, pero esta era una
actitud común. Lo mismo pasó mucho después con el racismo, muchos
científicos respetables y grandes novelistas del siglo XIX, como Emile Zola,
que creían en la criminalidad innata. Bueno, estaban equivocados, muy
bien, todo el mundo se puede equivocar. Veamos si han producido algo
positivo. Aristóteles es el más importante filósofo de la Antigüedad y
tal vez de todos los tiempos. Fue el primero en insistir en que la
verdad no se encuentra en los libros viejos, sino investigando.
El
feminismo político luchó para que las mujeres fueran iguales, pero el
académico parece empeñado en demostrarnos que las mujeres son
diferentes.
Sí,
y es que entonces justifican que a la mujer no se la reconozca como es
debido en el terreno científico porque “las mujeres somos más bien
emotivas y nos da por cuidar a la gente más que por entenderla”. De esa
manera justifican la misoginia de muchos.
En alguna entrevista usted ha dicho que casi todos los filósofos han contribuido a empeorar la sociedad. ¿En serio?
Yo
creo que sí y el motivo es muy sencillo: casi todos los filósofos han
estado al servicio de algún príncipe y, sobre todo a partir de la Edad
Moderna, los filósofos universitarios han sido empleados del Estado y,
cuando se han propasado, su soberano se lo ha hecho saber. Por ejemplo,
hay una carta muy famosa que Federico Guillermo II le manda a
Kant, en la que le dice que no se atreva a repetir unas ideas que
corrompen a la juventud alemana porque de lo contrario se expondrá a
consecuencias muy desagradables. Kant replica con una carta servil
prometiendo no hablar más de religión. No se dice a menudo, pero Kant
fue el primer filósofo alemán ateo. En la Crítica de la razón pura
dice que Dios es una mera idea. No dice una idea pura. Una mera idea.
Era ateo. En ningún momento acude a Dios para explicar nada. En todo
caso, Kant fue antidemocrático, y su primer principio ético fue
obedecer. Lo mismo que Confucio, la ética de ambos es de obediencia
ciega al orden establecido. En el caso de Confucio porque su principal
objetivo era la armonía y terminar con las interminables guerras civiles
en China, así que en su caso se puede justificar. Yo usé este argumento
en China hace poco porque el centro de lo que se llamaba “filosofía de Mao”
es el conflicto, la idea de Hegel de que todo lo nuevo proviene de lo
que llamaba una contradicción. Sí, la vida social involucra conflictos y
competencia, pero al mismo tiempo involucra cooperación. Son dos lados
de la misma moneda. La ambición de un estadista no es azuzar los
conflictos, sino lo contrario, resolverlos de manera justa.
Pensemos al revés. ¿Quién es el filósofo actual de mayor utilidad social?
Yo no conozco a ninguno.
¿Y que no sea contemporáneo? ¿De los últimos 200 años?
El joven John Stuart Mill,
que sigue teniendo vigencia. Era un hombre brillante. Nietzsche dijo de
él que era lamentable que fuera tan claro, porque si era claro no podía
ser buen filósofo. No solamente estaba al tanto de lo que ocurría en
las ciencias, sino que el joven filósofo también era economista y se
interesó mucho por las cooperativas. Era el gran campeón de las
cooperativas. Dijo, explícitamente, que esperaba que en el futuro la
cooperativa administrada y poseída por los trabajadores fuera el orden
económico prevaleciente. En aquella época, entre 1830 y 1850, hubo
varios teóricos de la cooperativa, y entre ellos figura Louis Blanc, que curiosamente nació en Madrid.
Sí, me he enterado leyéndole a usted.
Su
libro sobre la organización del trabajo tuvo muchas ediciones y fue
publicado por una cooperativa fraternal de la producción. En aquella
época las cooperativas comenzaron a florecer. La mayoría de ellas fueron
mal gestionadas. Mi ejemplo favorito de cooperativa exitosa es
Mondragón, en el País Vasco.
¿Cuál es su pecado de juventud en su biografía intelectual?
Haber creído a pies juntillas todo lo que leía. En particular, el haber creído en el marxismo y el psicoanálisis.
Pero se curó pronto.
Del
psicoanálisis me curé muy fácilmente. En verano de 1938, justo antes de
ingresar en la universidad escribí un libro en contra de Freud y
saldé cuentas con él. Del marxismo me costó varios años entender que la
dialéctica es confusa, y cuando es clara es falsa. También me costó
varios años entender que hay varias clases de socialismo y que el más
humano y justo es el democrático. En la escuela argentina la única
historia que se enseñaba era la militar. Los marxistas también tienen la
tendencia a enfocar su atención en los conflictos. Dicho sea de paso,
la historia y la arqueología son los únicos terrenos en que los
marxistas han hecho aportaciones valiosas. El presente es demasiado
complicado para ellos, pero el pasado lo entienden mejor que los demás.
Pero sí, perdí demasiado tiempo, en particular leyendo a Hegel, a quien
me tomé en serio al mismo tiempo que estudiaba matemáticas y física, que
son eminentemente claras. Pero es que no sabíamos que existía otra
filosofía. En los años 20 en la facultad de Filosofía de Buenos Aires
empezó a predominar el hegelianismo. Hubo un profesor muy influyente
que enseñaba en primer año, Coriolano Alberini, que había estudiado con Giovanni Gentile.
Gentile era hegeliano, había sido colaborador de Mussolini y
escribieron juntos el ciclo sobre fascismo, para la famosa Enciclopedia
Italiana editada por Treccani, y fue ministro de educación y cultura de Mussolini
hasta que lo ajusticiaron sin juicio los guerrilleros. Podrían haberle
hecho un juicio y de paso hacérselo también a Hegel, porque fue victima
de Hegel. Pero entre los guerrilleros predominaban los comunistas, que
seguían adorando a Hegel.
¿Cual es el problema filosófico al que más vueltas da ahora mismo?
El de la justicia social. Es un problema de filosofía social, problemas que trato en mi libro Filosofía política.
Entonces no le hago la siguiente pregunta, que era cuál es la cuestión social que más le preocupa.
Cómo
conseguir la justicia social. Creo que la raíz está en la participación
democrática. En 1974 publiqué un análisis matemático de los conceptos
de estructura social, de participación social y de marginación social,
que han sido maltratados por la sociología porque se los ha tratado de
manera meramente verbal, no se los ha matematizado. Y creo haber
demostrado que la participación óptima está entre el mínimo y el máximo.
La máxima implica que todo el mundo se mete en los asuntos de todo el
mundo, no hay esfera de lo privado y se pierde mucho tiempo. La
participación mínima es la dictadura total y enajena, como hubiera dicho
Hegel, a la mayor parte de la gente, que no se siente responsable. Pero
no me preocupa menos el problema mente-cuerpo. Justamente estos días he
renunciado a dar el discurso inaugural en un simposio que se va a hacer
en Oporto organizado por la Fundación Bial, que se ocupa de financiar
la investigación no solamente en psicología, sino también en
parapsicología. Renuncié y dije que solo aceptaría si eliminaban la
sección de parapsicología.
Y no han querido.
No,
porque su idea es tratar la parapsicología de igual manera que la
psicología científica, darle respetabilidad. Y eso me parece deshonesto.
Incluso llegaron a proponerme cambiarle el título a esa sesión pero
mantener el contenido.
Uno
de los malos presupuestos que la filosofía del siglo XX propagó es que
la naturaleza humana no existe. Las neurociencias han vuelto a recuperar
la idea de naturaleza humana.
Hay
naturaleza humana igual que hay naturaleza equina y canina. Por
supuesto. Pero eso no explica nada, es algo a explicar. ¿Qué nos hace
humanos? ¿Por qué somos diferentes a los perros y los caballos? Eso es
lo interesante.
Sin embargo, ahora está de moda la psicología evolutiva, que abusa de la idea de naturaleza humana.
La
psicología evolutiva es una estafa porque consiste en media docena de
postulados totalmente fantasiosos. Uno de ellos es que la mente humana
—a veces dicen cerebro—
está formada de módulos independientes los unos de los otros. Cada
módulo estaría especializado en algo, y sabemos perfectamente que el
cerebro humano no está organizado así. Es cierto que hay
especialización, pero también es cierto que hay interacción entre las
distintas zonas del cerebro, en particular entre el intelecto y la
emoción. También es falsa la tesis que sostiene que no hemos
evolucionado desde lo que ellos llaman el Paleolítico, que es un período
que abarca nada menos que un millón de años. Obviamente, se refieren a
la última fase, de 50.000 años. Desde entonces no habría habido
evolución. Se ha dicho que los contemporáneos somos fósiles andantes. Walking fossils.
Pero sabemos perfectamente que ha habido muchos cambios, y no son
solamente biológicos, sino biosociales. Posiblemente nuestros cerebros
no sean mucho mejores que el de Aristóteles, pero lo que podía aprender
Aristóteles y lo que podemos aprender y hacer nosotros es vastamente
distinto y superior. Todo lo quieren explicar a partir de la no
evolución, y al hacerlo, todo lo reducen a instintos.
Instintos fijados hace 40.000 años porque nos ofrecían tal o cual ventaja adaptativa.
Exacto.
Es una posición no solamente antievolutiva, sino que es falsa porque
sabemos perfectamente que el hombre primitivo de hace 40.000
años se enfrentaba a problemas que nosotros ya hemos resuelto de otra
manera eficazmente y no se enfrentaba a problemas tales como la escasez
de recursos naturales, la existencia de armamentos de destrucción
masiva, la desocupación… No había desocupación en aquella época. La
desocupación es algo moderno.
Leí
una polémica entre el filósofo americano Richard Rorty y Steven Pinker
sobre la naturaleza humana. Rorty decía una cosa meditable: por mucho
que la ciencia avance, nunca va a estar en condiciones de ser normativa.
Nunca va a estar en condiciones de decirnos qué clase de persona
debemos ser o a que clase de sociedad debemos aspirar. Y esa es la razón
por la cual la ciencia no puede reemplazar a la filosofía o a la
religión, porque no puede darnos una visión de la vida buena o consejos
morales. ¿Está de acuerdo o en desacuerdo?
Estoy
en completo desacuerdo. Yo creo que la filosofía puede ayudarnos a
vivir mejor, pero solo en forma indirecta, influyendo sobre la ciencia,
la técnica y la política. La medicina, por ejemplo, lo está haciendo
desde hace 200 años. La ciencia puede ayudarnos a reconocer las virtudes
y los vicios. Por ejemplo, un libertario, un anarquista de derechas, un
miembro del Tea Party va a decir que tiene derecho a portar armas y a
fumar donde quiera ¿no? Pero nosotros sabemos que eso no es así porque
hace daño o puede hacer daño a otros, es antisocial. Y la sociología y
la psicología nos enseñan eso. También los buenos economistas saben
cuáles son algunas de las fallas del sistema actual. Saben que el
mercado no es perfecto. Saben también que la planificación desde arriba
sin participación es ineficaz porque desmotiva a la gente, porque es
antidemocrática, etc… La ciencia por sí misma no puede resolver ese
problema, porque es un problema práctico y la ciencia no se ocupa sino
de entender los problemas prácticos. La que se ocupa de cambiar las
cosas es la tecnología. Las técnicas sociales. Por ejemplo, la
macroeconomía puramente descriptiva no arregla nada, pero después está
la macronormativa, que nos dice por ejemplo cual es o cual debería ser
la tasa de interés en el momento actual. Cuando hay recesión se
recomienda bajar la tasa de interés para estimular el consumo, lo que a
su vez estimula la producción, etc. Entonces cuando el macroeconomista
pasa de ser descriptivo a normativo puede ser útil. O también puede ser
muy nocivo.
Claro.
El
médico, al recomendar estilos de vida y advertir contra algunos estilos
de vida está usando la biología médica, la biología humana. Está usando
la ciencia.
Ha llamado a su moral agatonismo.
Sí. La búsqueda del bien. Ante todo gozar de la vida. Y segundo tratar de hacer el bien a los demás. Ayudar a los demás.
¿Cual es el concepto científico que más nos puede ayudar en la vida cotidiana, que deberíamos tener siempre en la cabeza?
Contesto
a la pregunta con una recomendación de tipo negativo: procurar no joder
al prójimo. Y segundo cuando buscamos el placer —que no solamente es
inevitable, sino que es sano—
también tratar de hacerlo sin dañar al prójimo y con moderación. Yo
creo que debemos volver a las máximas romanas antiguas y chinas, de los
estoicos griegos, la moderación, nada en exceso. Somos exagerados en
todo, consumimos demasiado, batallamos demasiado, hablamos demasiado
(risas).
Ya
vamos a terminar, ya vamos a terminar. Usted es autor de una frase muy
sugerente: “Hay que odiar con todas nuestras fuerzas una idea para que
ninguna gota de odio salpique al hombre”. Yo estoy de acuerdo, pero
tengo la impresión de que es más fácil decirlo que hacerlo.
Así es. En realidad yo quería repetir una frase que me dijo un buen experto en filosofía tomista, monseñor Octavio Derisi,
hablando una vez de cómo se las arreglaba para asistir a congresos
filosóficos cuyos componentes en su gran mayoría no son creyentes, o por
lo menos no son tomistas. Y me dijo algo que me parece que sintetiza
muy bien: “Intolerancia con las ideas, pero tolerancia con los hombres”.
Eso me lo enseñó él o me lo reforzó él.
Pero profesor, ¿es tan fácil separar al racista del racismo?, ¿al tonto de la tontería?
Sí,
sí. Bueno, al tonto ya no porque uno lo desprecia, ¿no? Eso es lo malo.
Alguna de la gente a quien yo más quiero son muy católicos, católicos a
machamartillo, y sin embargo nos queremos mucho porque tenemos otros
aspectos de la vida, otras ideas. Por ejemplo el motivo por el cual yo
no soy comecuras, a diferencia de Fernando Savater que es comecuras, es comecuras y me ha reprochado alguna vez el que yo hablaba bien de Juan Pablo II o
de algún otro sacerdote… Creo que toda la gente que comparte ciertos
objetivos buenos, por ejemplo, la paz, mantener o conseguir la paz,
disminuir la miseria, etc. tiene que marchar junta en eso.
Independientemente de nuestras divergencias en el resto de asuntos.
Porque al fin y al cabo somos todos seres humanos y todos estamos
interesados básicamente en la coexistencia. Y la coexistencia entre
seres diferentes solamente se consigue con un mínimo de tolerancia y un
mínimo de cooperación. Entonces hay que tratar de ser riguroso, el que
sea ateo que lo diga, pero que no haga de eso el centro de su lucha. Ese
es uno de los puntos en los que yo estoy en desacuerdo con el
movimiento de los escépticos, tanto los norteamericanos como los
españoles. Yo creo que más bien hay que asentar lo positivo en lo que
podemos colaborar, antes que seguir, digamos, comiendo curas. Comamos
con ellos y no a ellos (risas).
Habla, supongo, de Dawkins y de Dennet, entre otros. ¿Tiene tan mala opinión de la religión como ellos?
Estoy
de acuerdo en que la religión es mala si la miras históricamente. Por
ejemplo, el cristianismo ha sido cómplice de la esclavitud primero y de
la servidumbre después. Ha sido cómplice de todas las dictaduras
fascistas. De todas desde el comienzo hasta el final. Nunca han apoyado
ningún movimiento de liberación nacional, ningún movimiento de
liberación social. Nunca. Jamás. Ha habido cristianos digamos de
izquierda por ejemplo los protestantes en Inglaterra en el siglo XVII,
ha habido los anglicanos de África del Sur, que se opusieron al régimen
de Apartheid, pero han sido excepciones. También los cuáqueros se
opusieron a la esclavitud, han protegido la huida de esclavos hacia el
Canadá. Usted sabe que había todo un camino, la trayectoria hacia la
libertad. Y había hogares donde pasaban la noche los esclavos fugitivos.
E iban al Canadá, porque en Canadá se abolió la esclavitud en 1833.
Cuando la abolió el imperio británico, que fue veinte años después que
en Argentina. La asamblea del año trece en Argentina abolió la
esclavitud. Veinte años después vinieron los ingleses. (risas)
Pero eso es la religión mirada históricamente. Hay otras maneras de mirarla.
Sí
y es conceptualmente. Cuando uno en lugar de enfrentar los problemas
dice “Dios proveerá”, eso es una actitud derrotista, es una actitud que
distrae de la realidad. Además cuando uno trata de mezclar la religión
con la ciencia, lo que consigue es mala ciencia solamente.
¿Ha sentido alguna vez la tentación religiosa?
No,
nunca. No, porque, fíjese, mi padre fue educado por los jesuitas el
Colegio del Salvador y conservaba muy buenos recuerdos de él. Nunca le
oí hablar mal de sus profesores. Al contrario, les tenía cariño y
respeto. Porque, a su vez, lo respetaban. Los jesuitas estaban bajo
observación en ese momento. Los liberales argentinos eran muy
anticlericales. Habían llegado a quemar la escuela donde asistió mi
padre, lo que me parece desde luego una salvajada. En todo caso, le
hicieron estudiar tanta teología, según él, que esos estudios, el
estudio de la teología le mostró la inexistencia de Dios. Era el alumno
más sobresaliente de su promoción. Y esperaban que en el futuro fuera el
gran teólogo argentino. Entonces a la edad de catorce años se dirigió a
su profesor de teología y le dijo “lo lamento mucho, padre, pero he
dejado de creer en Dios”. “¿Cómo es posible que digas algo así?” “He
encontrado tantos disparates y tantas contradicciones que yo no puedo
creer en eso”. Y no por eso lo castigaron. Al contrario, se sacó todas
las medallas habidas y por haber.
Los jesuitas son especialistas en educar a ateos ilustrados. Voltaire fue uno de ellos.
Ah, no sabía que Voltaire…
Voltaire era alumno de jesuitas, sí, sí.
Bueno,
pero los jesuitas que siguieron después no eran así. Los jesuitas que
enseñaban en la escuela de los hermanos cristianos de mi barrio afuera
de Buenos Aires sometían a tortura a los chicos. A los chicos que se
portaban mal los encerraban en un cuarto oscuro y los obligaban a
hincarse sobre granos de maíz. Entonces cuando salían, venían a jugar a
la pelota conmigo, se les veían las marcas de los granos de maíz en las
rodillas. No eran lo mismo. Mi padre tuvo la suerte de tener jesuitas
ilustrados como profesores. Y ya le digo, siempre conservó buen recuerdo
de ellos.
Ahora tenemos un papa jesuita y argentino ¿alguna opinión sobre él?
Bueno,
la opinión que tienen todos los argentinos liberales: que durante la
dictadura hizo lo mismo que hizo la Iglesia argentina. Colaboró. Por lo
pronto no habló en contra y hay constancia de que apartó de sus tareas a
dos de sus cofrades que se dieron a la llamada teología de la
liberación. Fue una dictadura horrenda y la Iglesia argentina, lo mismo
que en otras actuaciones, la apoyó. Usted sabe que en 1810 casi todos
los sacerdotes argentinos se plegaron a la revolución por la
independencia. Y por consiguiente el Vaticano los excomulgó a todos. Y
fue recién el tirano Juan Manuel de Rosas, 20 años
después, que consiguió que se levantara la excomunión. Durante veinte
años estuvieron excomulgados por levantarse contra el imperio español.
Pero no prejuzguemos al nuevo papa, porque acaso nos sorprenda.
Recordemos que es porteño, de modo que tal vez se siente a la diestra
del Señor y se anime a corregir la corrupción de la Iglesia, que se está
vaciando rápidamente incluso en Irlanda, que fuera su baluarte durante
siglos. En todo caso, le deseo suerte en cualquier tentativa de hacer
el bien.
Usted
ha sido un gran polemista, ha peleado por sus ideas. Aristóteles dijo
que era amigo de Platón, pero que era más amigo de la verdad. ¿La
búsqueda apasionada de la verdad puede enfriar o romper amistades? ¿Le
ha ocurrido a usted?
Sí.
Sí, me ocurrió con Popper, por ejemplo. Popper elogiaba mucho la
crítica. Siempre que la crítica no se refiriese a sus ideas. No toleraba
ninguna crítica. Lo tomaba como un ataque. Más aún, Popper no sabía que
en la ciencia predomina lo que llamamos la crítica constructiva. Una
vez, en un homenaje que se le hizo en Boston, en el 79 o 69, no
recuerdo,… ya ve, empecé mi moción diciendo que iba a proponer algunas
críticas constructivas. Entonces saltó. Dijo “no hay tal cosa, cuando
uno critica siempre lo hace para destruir al adversario, va directamente
—empleó esa palabra— a la yugular”. No había oído hablar, porque él no
tenía el menor conocimiento acerca de cómo funcionan las comunidades
científicas, de que los científicos, cuando terminan su trabajo, lo
primero que hacen es pedir una crítica constructiva a los peers, a los colegas. Hacen circular lo que antes se llamaba pre-prints. Ahora simplemente se manda un e-mail y se les pide consejo. A veces lo aceptan, otras veces no.
Y sin embargo en el diálogo nosotros solemos encastillarnos en nuestras opiniones.
Sí.
¿Eso tiene base neuronal? La resistencia a aceptar las ideas que socavan nuestras creencias.
Puede
ser, no lo sé. Ese es un problema a investigar. Yo a priori no lo sé.
Habría que investigarlo. Pero desde luego, en general, uno quiere la paz
interior. Por lo pronto, uno quiere estar en paz consigo mismo, eso nos
lleva a ser conservadores en primera instancia. Pero si alguien nos
demuestra que estamos equivocados, debiéramos aceptarlo. Y debiera
además… Hay errores de dos tipos: los errores corregibles y los errores
incorregibles. Por ejemplo, de la psicología evolutiva creo que no va a
quedar absolutamente nada, salvo el descrédito de la expresión
“psicología evolutiva”. De manera que en el futuro, cuando se haga
psicología evolutiva auténtica, la gente creerá que es la impostura que
es hoy. Desgraciadamente han copado esa palabra, la han arruinado.
¿En qué rama de la ciencia tiene depositadas más esperanzas?
No
sé si fundadas o no, pero en las ciencias sociales, que todavía están
en su infancia, y desde luego en la psicología biológica que también
está en su infancia, pero que por lo menos está bien encarrilada. En
cambio, las ciencias sociales siguen estando desorientadas, mucho más
aun que años atrás.
Cuando habla de psicología biológica, ¿se refiere a la neurociencia? El estudio de los sistemas nerviosos.
Sí,
de las funciones de esos sistemas nerviosos. Es decir, hace psicología y
explica los mecanismos que la psicología acéfala no puede explicar
porque todo mecanismo es un proceso que ocurre en un sistema material,
vivo o no vivo. Yo creo que ha habido un retroceso en las ciencias
sociales. Hace treinta años o cuarenta años floreció brevemente la
sociología matemática. Yo hice varias contribuciones, publiqué varios
estudios. Hoy ya casi nadie hace sociología matemática. Y tampoco casi
nadie hace psicología matemática. Es decir, la mayor parte de los
psicólogos no hacen teorías y menos aun hacen teorías matemáticas. Hace
falta. ¿Por qué? Porque la matematización introduce primero claridad y,
segundo, la sistematicidad puede unificar grandes sistemas teóricos,
puede unificar ideas que anteriormente estaban sueltas.
Si volviera a empezar su carrera intelectual ¿empezaría por otro sitio?
Sí.
Empezaría por la psicología o la sociología. O la economía, si tuviera
el valor necesario. Se necesita mucho valor, porque cuanta más basura
hay acumulada tanto más difícil es el desescombro, salir de ahí y
construir de nuevo, borrón y cuenta nueva. En el caso de la economía,
borrón y cuenta nueva. Dejando de lado a Keynes y sus discípulos creo que no queda nada.
Profesor ¿le tiene miedo a la muerte?
No.
Tengo miedo a morir en forma prolongada, por eso soy partidario de la
muerte asistida. Cuando ya no se puede gozar de la vida, cuando ya no se
puede hacer nada por nadie, ni por uno mismo, ya no tiene sentido
seguir viviendo. La muerte es el fin de la vida, es el fin del viaje y
por eso vamos siempre de buen humor. Hace poco di una conferencia en
Zaragoza y uno me habló después de la conferencia y me dijo que lo que
más le llamó la atención es que a mi edad tuviera tan buen humor y
tuviera tan buen talante.
¿Usted qué le dijo?
Pues que sigo gozando de la vida.
¿Y para llegar a los 94 años gozando de la vida?
Moderación.
Y ejercicio, que yo no hago el suficiente. He dejado de hacer
ejercicios como debiera hacer. Ese es uno de los tantos motivos que
tenemos para mudarnos a Barcelona: poder caminar todos los días del año.
Aquí es peligroso caminar. Los meses de enero y febrero debido al
hielo. Peor es en Ottawa, donde vive usted, porque aun hace más frío.
Hace
más frío, sí. Ha sido un invierno muy duro. La pregunta difícil que he
dejado para el final es la pregunta de Leibniz. ¿Por qué hay algo en
lugar de nada?
Yo
creo que no tiene sentido esa pregunta sino en una teodicea. En una
teología tiene sentido preguntarse por qué diablos Dios, en lugar de
seguir tranquilamente sin hacer nada, empezó a hacer algo. ¿Por qué a
Dios se le ocurrió hacer el mundo? Pero en una metafísica como la mía
que es completamente atea no tiene sentido esa pregunta. Pasa por ser la
pregunta más importante, eso es lo que dice Heidegger y dicen muchos
otros. A mí me parece un disparate. Es una pregunta que tiene sentido
solamente si se presupone que existe Dios y que fue quien creó el mundo.
Si no, no. Dicho sea de paso, el primero en hacer esa pregunta no fue
Leibniz, sino un teólogo islámico, cuyo nombre no recuerdo. Es muy
difícil recordar nombres exóticos como son los árabes.
Fotografía: Susana Fernández
Nota: La editorial navarra Laetoli ha
comenzado a publicar La Biblioteca Bunge. Para empezar, un clásico: “La
Ciencia. Su método y su filosofía”. Para disfrutar del gran polemista,
puede leerse la esclarecedora y divertida obrita “Las pseudociencias, ¡vaya timo!”, también en Laetoli
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