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miércoles, 13 de julio de 2011

EL POETA, EL MENSAJERO DE LA PAZ

Facundo Cabral: Cuando un artista se convierte en mito

Nos llegó la noticia trágica del asesinato de Facundo Cabral, sicarios de Guatemala, al servicio del mal lo ametrallaron camino al aeropuerto la Aurora, en la aurora del 9 de julio. Con él también fue baleado el empresario Henry Fariñas, y las autoridades de ese país han declarado que el objetivo no era Facundo, que era el empresario.

Esa es la noticia, inmediatamente todo el continente americano y otras naciones que conocían del arte de este trovador Argentino, repudió ese abominable magnicidio, y digo así porque cuando se asesina a una persona importante como Facundo, el hecho es calificado de magnicidio.

Pero no quiero vagar en este momento, quiero aproximarme al hilo conductor de este artículo para la prensa. En Argentina, país que ha dado al mundo grandes ensayistas, poetas, novelistas, futbolistas, payadores, pintores, y artistas del canto, fue el lugar del nacimiento de Facundo Cabral, aunque él decía en una de sus canciones más populares: “No soy de aquí, ni soy de allá”, donde su patria era el cielo y en cada espacio del mundo estaba su corazón.

Ese hombre, poeta, cantor de gran poesía; sencillo y complicado; pacifico y verdadero, sembró su canto en toda América y otras naciones del mundo. Él como poeta veía la vida y la muerte de una manera diferente, veía la sociedad con sentido crítico y rabiaba por la injustica social y por las bajezas humanas. Él no perseguía al verso, el verso lo perseguía a él; el verso sencillo que olía a pueblo, el verso lleno de sabiduría que desbordaba el mundo metafórico, que estremecía la imagen y convertía en rosal el verbo con su candidez de mariposa.

Él era de Argentina, un país que ha dado al mundo muchos grandes mitos, en el canto, el deporte y la política. Quién no recuerda al “zorzal criollo”, Carlos Gardel, quien llevó el tango a la altura de los salones más elevados de la sociedad europeizante de Argentina y tierras lejanas. Quién no lo recuerda ese día en Medellín cuando en el avión que volaba tuvo un terrible accidente, sellando para siembre el mito del recuerdo, la memoria del zorzal cantando sus coplas y amores con esa “pasión danzaría” del tango.

Quién no recuerda a Evita Perón, otro mito argentino, que dejó una estela en el mundo de la política, en la imagen colectiva del pueblo, su impronta de extraordinaria mujer, que muchas veces se burlaba de esa sociedad que la descalificaba, para ayudar a los pobres de su país. Esa misma Evita que a sus treinta y tres años, la edad de Cristo, muriera víctima de un cáncer y cientos de miles de personas pasaron por su féretro, constituyendo una manifestación de amor del pueblo que tanto amó, diría yo, hasta por encima de Juan Domingo Perón.

Cómo olvidar a Sandro de América, otro mito de la canción popular, otro artista que falleciera recientemente, pero que su muerte fue mítica también, por la naturaleza de la enfermedad y por la lucha contra la muerte que tuviera el “Muchacho de América” como le llamaban todos sus seguidores.

Facundo Cabral es el último mito, pero no solo por su muerte, porque muchas maneras de morir convierten en mito a las personas. Él se convirtió en mito mucho antes, cuando supo interpretar la filosofía de la vida en sus coplas sencillas, en su verso blando, pero cargado de metal para el disparo certero al corazón. Ese Facundo que aprendió a leer tarde, ese que no cobraba grandes cantidades de dinero para llevar su arte por todo el mundo, ese  que decía. “Este es un nuevo día,/Para empezar de nuevo, /Para buscar al ángel, /Que me crece los sueños.”. Ese que sembrando el verso de optimismo nos regalaba la esperanza en la palabra, en las notas de la guitarra. O estos versos a la vida sencilla como ya había expresado: “Te daré, una vida sencilla/ con las cosas que el hombre olvidó/ sin alfombras pero con sonrisas/ y los ojos abiertos al sol”. Ese Facundo fecundo, anchuroso y libre, demasiado humano. Ese Facundo que prefería lo que otros no habían advertido, el rayo de la felicidad subido en la metáfora de la vida, la paz con semblante de niño, la comida breve que alimenta las mariposas de la luz.

Ese Facundo que canta una nana, a la del niño que vuela libre en nuestro interior. “No crezca mi niño,/No crezca jamás, /Los grandes al mundo, /Le hacen mucho mal”, al que le pide que no crezca porque los grandes del mundo le hacen mucho mal. Facundo Cabral creció y los “grandes del mundo” le cegaron la vida en Guatemala. Pero qué ironía de la vida, ese gran cantor cayó camino de la aurora, camino del aeropuerto La Aurora, donde iba a tomar un vuelo.

Él cayó frente a un cuartel de Bomberos, tantas veces que expresó su deseo de ser bombero y dedicó esta canción: “Bombero bombero yo quiero ser bombero/ bombero bombero porque es mi voluntad/ Bombero bombero yo quiero ser bombero/ Que nadie se meta con mi identidad”. Él quería ser bombero para apagar los fuegos de la violencia, de la ira y la maledicencia humana.

Como producto de una generación de jóvenes azuanos que crecimos con las canciones de Facundo Cabral, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel San José Sánchez, Ana Belén, Noel Nicolá, Víctor Jara, y Alberto Cortez, pienso que el crimen, la violencia, la maldita violencia ha segado la vida de un hombre, pero sus canciones, su voz y ejemplo de forjar un mundo mejor, siempre estará presente en cada uno de nosotros, los de hoy y los de entonces.

Por mi parte, solo me resta dedicar estos versos para él, salieron un día después que apreté el puño y di contra mi escritorio al saber su muerte, lleno de rabia e impotencia, salió con la misma rabia que ahoga.

Facundo Cabral

Toca la milonga para empezar de nuevo,
la muerte crece en el cielo,
con su tango en las alas, con su guitarra de fuego.
Dame tu música con tus dedos yertos,
con las Pampas en los ojos,
en la tierra de flores sobre tu lomo hermano.
Dame Facundo tus milagros,
que a la luz has lanzado, tu chaqueta marrón,
tus frutas y tus pecados.
Canta la patria de las nubes,
que las nubes no tienen patria,
canta a todo pulmón para quitar la rabia.
Súbete a los pistilos, a las flores y a la aurora,
que en tus andamios las balas sean
el pan de los niños, que maten las hambres
de tantos inviernos.
Facundo Facundo, yerba de viento y de tonada,
blanco y negro tus canas, mano y mano apretada.
Facundo Facundo, que el llanto se convierta en ángel
para retornarte de nuevo, de nuevo.  
 

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