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miércoles, 14 de diciembre de 2011

En la Humana Presencia No. 2


Las batallas personales.
(La violencia)

Por: Virgilio López Azuán
Presidente Academia Sureña de Ciencias –ASDECIEN-

Cada día el individuo enfrenta sus batallas personales. A veces son tan violentas en su interior que estremecen los sentimientos, las emociones, el pensamiento, la mente, la conciencia y las razones de vivir. Otras son batallas exteriores, esas que se producen en el seno de la familia, la sociedad y, en sentido general, en el mundo exterior.
El ser humano vive una eterna batalla de contradicciones, las cuales sin embargo son las mismas que alimentan la vida. Sin ellas no tiene sentido la existencia. Ya lo han dicho importantes pensadores y filósofos antiguos y modernos sobre estado bipolar en la cual se desenvuelve la complejidad humana, (Morín, 2001).
Tenemos batallas a cada segundo, a cada minuto, a cada hora, todo el día y la vida entera. En suma es una verdadera guerra. Nadie se escapa de esas luchas permanentes para y por vivir. Casi todos lo hacen a su manera, tienen sus propios enfoques, acertados, equivocados, sinceros, alocados, dementes, ilusionados, tristes, apesadumbrados, positivos, derrotados... Son infinitos los enfoques, los modelos, los paradigmas, las formas, las estructuras... Si se grafican estos enfoques las resultantes serían, geométricamente hablando: Círculos, cuadrados, líneas rectas, líneas discontinuas, rayas sinuosas, flechas con sentido hacia arriba, flechas con sentido hacia abajo, tirabuzones, bucles, etc.
Las maneras de ver el mundo son propias de las individualidades humanas, del sentido egocentrista, del pensamiento diversificado, de los patrones culturales y sociales que ejercen influencia en el individuo. También existe el imaginario colectivo que crea sus formas y maneras de ver el mundo que al mismo tiempo influye en el imaginario individual. Eso genera las eternas contradicciones Hegerianas, que propician los estados de consensos y disensos propios del pensamiento dialéctico.
Nos enfrentamos de forma situacional a enemigos mortales en esas batallas. Identificaremos algunos ya que seguiremos tratando el tema en capítulos siguientes. Tenemos entre estos: la violencia, el amor, la vida, la muerte, la rabia, la tristeza, la demencia y la alegría.  Muchas veces parece que la razón va por un lado y las emociones van por otro, traicionándose mutuamente, porque como decía Blas Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”
Las batallas a las cuales aludimos están relacionadas con la paradoja de la vida, con la eterna lucha de los contrarios en el tejido social y esas luchas para oponerse y/o dominar la naturaleza. 
Esas batallas son a muerte, donde hay vencidos y vencedores. Esa es la lucha. Por suerte “Todos nuestros enemigos son mortales.”, según afirma  Paúl Valery, y nosotros somos mortales también. Aunque nuestro delirio de inmortalidad contradicen esta afirmación, porque la muerte no tiene sentido sin el sentido de la inmortalidad.
La violencia fluye, circula, se dispara como un ente con vida, que arrasa y destruye. Pasa de persona a persona, de colectivos en colectivos y alcanza su consumación en la muerte. Antagoniza con la vida, en la muerte se sacia, y la sangre baña sus ojos llenándolos de paisajes purpurinos.
Nadie escapa a la violencia, nos zampa, nos tritura, nos engulle, y nos vomita para tragarnos de nuevo y volvernos a regurgitar. La violencia se apodera de nuestros ojos, de nuestra sangre y toma por asalto la mente y la vuelve demente, le inyecta toneladas de furia y saca sus demonios por nuestros dedos.
La violencia se propaga contamina y lo hace con una velocidad pasmosa, a la velocidad del pensamiento. Solo es retenida por la conciencia que la estremece, la zarandea e incluso puede bloquearla y vencerla. La violencia, ese halo de fuego, perverso y humano, humano y demencial se puede convertir en llanto arrepentido, se transfigura en risa y en perfidia, en placer y tormento. Es sencillamente peligrosa, extremadamente posesiva y seductora. Es fuerte, poderosa, tiene en si el gen de la destrucción, del exterminio. Sobre ella se han justificado los más increíbles actos de heroísmos, los más entrañables actos de ternura y fantasía, la más asombrosa embriaguez demencial. No existe nada que la violencia no haya tocado, parodiando el  proverbio chino “No existe árbol que el viento no haya sacudido”.
La violencia es como un fluido, como un rayo, como una centella que parte de todos lados, de uno mismo y vuelve a uno, es una condición humana primitiva, enraizada en la memoria histórica de la huella humana. También, es una construcción, que se alimenta de los mitos y la cultura, que busca sus espacios de incubación y justificación entre nosotros.
Cada día existen grandes batallas personales para controlar y erradicar la violencia, cada día holeadas colectivas de seres humanos la enfrentan, la retan y paradójicamente pueden quedar poseídos por la misma violencia. Muchos le sacan beneficio, viven de ella: Personas, grupos, corporaciones, mafias, Estados, etc.-, pero  “Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia” como decía Mahatma Gandhi (1869-1948).
La mitología en su amplio sentido y diversidad está llena de violencia. La gran mayoría de los mitos no habrían sobrevivido si no estuvieran es su esencia la violencia como naturaleza y fenómeno. Grandes mitos del judaísmo, budismo, cristianismo, islamismo, hinduismo y otras religiones, tienen en su base la violencia, la lucha entre el bien y el mal, el mal como origen de la violencia. Sería reduccionista la tesis de que la violencia solo procede del mal como lo revela el “mito cristiano” del origen del hombre, pues existen otras explicaciones como las de tipo psicológico que lo asocian a los estados emocionales y hasta la naturaleza humana, la cual se manifiesta de una forma generativa sin que intervengan inteligencias.
La violencia no tiene sexo ni preferencia de género, pero la cultura moldea paradigmas en contra de la mujer. Sino, recordemos al filósofo Aristóteles (384-322 a. C) “que construyó una imagen descalificadora de la mujer” la misma que influyera en la cultura occidental. Hesíodo (700 a C.) en su obra “La Teogonía” nos ha dejado el testimonio simbólico de la mitología griega de la violencia ejercida contra la mujer.
El egocentrismo humano provoca las más variadas formas de violencia. Las grandes luchas personales y sociales se han sostenido de la violencia para justificar su autorrealización en las conquistas de los espacios de poder, en el mantenimiento de las hegemonías, en la búsqueda de la superioridad del yo.
El drama de la vida es y ha sido violento, a alguien se le ha hecho daño alguna vez, la violencia unas veces es “justa” y otras “injusta”, puede asumir esa doble calificación. Las luchas patrióticas, las defensas de territorios, el establecimiento de límites, propician las “violencias justificables”. Cada cual en su momento a trazado algunas vez “La raya de Pizarro”, para establecer límites. La paz es la máxima aspiración humana, consciente de que la violencia, desde las épocas arcaicas, amenaza a los seres humanos, los mismos que la generan en la dimensión social y natural.
La naturaleza de la violencia es violenta y generativa. Y esto es altamente peligroso. Esa fractal capacidad de mutarse, trasformase, transfigurarse en ola de tsunami que arropa y mata. La muerte es la culminación de la violencia y es al mismo tiempo quien la alimenta.
Un beso tierno con leve sensualidad se puede trasformar en un acto de violencia apasionada capaz de hacer sangrar los labios y la lengua. Es la antigua teoría china del Yin Yan. De un lado está esta la paz con su vestido de ternura y del otro lado la violencia en su forma más consumada, tintada en sangre, que es su manifestación fluida Llega un momento en que constituyen, como decía (Morin, 2001), un bucle recursivo.
La ley de los opuestos, uno va hacia la derecha y el opuesto a la izquierda. Por ejemplo la violencia y la paz, la violencia va hacia la derecha y la paz a la izquierda. Llega un momento en que cada ente llega a su máxima expresión de desarrollo, lo que yo diría a la consumación. Después de llegar a su estado de consumación empieza la degeneración para uno convertirse en el otro y viceversa.  Pero Gandhi decía “No hay camino para la paz, la paz es el camino” y con justa razón, a la violencia se llega por los caminos de la violencia también, recuerden que es generativa, pero también, la paz es generativa en la misma paz, de la misma manera que uno mismo se llega a sí mismo. A la conciencia se llega también a través de la misma conciencia. O sea que sobre el acto mismo se llega a consumar el acto. Quizá siguiendo este pensamiento Beltolt Brecht llego a expresar que “Solo la violencia ayuda donde la violencia impera” O esta frase que se le atribuye a Esquilo “La violencia genera violencia”.
Lo más difícil de la naturaleza de la violencia es conocer sus límites, sus alcances. Si se logra eso se puede controlar. Saber cuándo la paz se está transmutando en violencia o cuando la violencia se está transmutando en paz. “El más puro y más fecundo abrazo de amor que se den entre si los hombres, es el que sobre el campo de batalla se dan el vencedor y el vencido”, como bien lo expresara Miguel de Unamuno. Hacer esto con ciertos grados de conciencia ayuda no solo a conocerse a sí mismo, sino a controlar definitivamente los impulsos violentos. Porque nadie duda de que existan los impulsos que los seres humanos no podamos explicar, tanto así que miles son los testimonios de personas que han cometido un acto de violencia y en el interrogatorio dicen desconocer qué fuerza los impulsó a cometer semejante daño. En todo existe el misterio y este caso no es la excepción. Los impulsos que generan la violencia vienen de los espacios interiores del ser humano, en los inframundos internos y seguirá siendo un misterio su desciframiento entrañable.
Podemos enfrentar la violencia con los desafíos que exigen la autorrealización personal y social, con todos sus riesgos, temores y éxitos, con toda esa capacidad de pensarse como un todo, con esa vocación de vencer y alcanzar la plenitud en la dimensión humana.
Eso debe plantear un sentido de firmeza en nuestras acciones, en la toma de conciencia sobre como artillarnos para enfrentar  esas batallas. 

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