POR VIRGILIO LÓPEZ AZUÁN.
Desde las últimas décadas del siglo XX y
los años transcurridos del siglo XXI el mundo intelectual y académico habla con
más regularidad del tema “guerras de civilizaciones”, y lo
hace con criterios más elaborados y globales que cuando se analizaban las
guerras acontecidas en siglos anteriores. Si se pasa revista a la historia del
establecimiento de imperios encontraremos entre naciones las luchas por el
dominio de las fuentes de comercio, las ansias por la expansión de territorios,
por la acumulación de poder y riqueza; la imposición de culturas y religiones,
entre otras motivaciones, que son las fuentes principales para las guerras y la
aniquilación de civilizaciones. Solo hay que dar una mirada, a manea de
ejemplo, a los imperios persa, romano, árabe, mongol y británico, que en sus
épocas crearon políticas de expansión y poder, a sangre y muerte, para
establecer dominios hegemónicos.
Aunque
en el transcurso de los últimos siglos han habido desplomes o suplantes de
formas imperiales consideradas clásicas, aún se conservan las raíces
motivaciones y humanas para establecer estados de dominios. Ahora existen
nuevas maneras, nuevas técnicas, nuevas formas para que estos sectores de poder
se reciclen. No importan que sean monárquicos, imperialistas, socialistas y
democráticos. Establecen divisiones, exclusiones, reafirmaciones para asegurar
el poder. Lo hacen de una manera bien pensada, con prácticas para el
envilecimiento y la generación apatías personales y sociales. Es así que cada
día el poder, político, económico y social, imprimen sus sellos subyugantes que
cambian las formas de los individuos y las sociedades.
La
revolución industrial y sus impactos en los siglos XVIII, XIX y XX , y la revolución tecnológica y cuántica en las
últimas décadas del siglo XX y siglo XXI crearon nuevos individuos articulados
o desarticulados en sociedades cada vez más complejas.
Las
formas de aquilatar el poder tienen nuevas vertientes, nuevos actores y nuevas
armas. El dominio del mundo en esta etapa de “pensamiento global”, no solo se
basa en el poderío de los Ejércitos o Armadas, en el dominio de las fuentes de
energía de origen natural o químico, en las capacidades de innovación y
desarrollo tecnológico, en las articulaciones políticas de países y
continentes; sino también, en el fenómeno de los mass-media y las redes
sociales, que han influido en movimientos sociales y cambios de gobiernos como
los sucedidos en los Estados Unidos y otros países de América y Europa.
El desarrollo de
las tecnologías atomiza y hace concentrar poder. Se manifiesta en algunos
países con dominio de las armas de destrucción masivas, y la facilidad con que
pueden utilizarlas. Para muestra solo
ver las controversias entre el presidente de los Estados Unidos Donald Trump y
Kim Jong-un, presidente de la República Popular Democrática de Corea (Corea del
Norte), que ambos, en su guerra mediática alardean de su poderío.
Antes, las
disputas para el establecimiento de civilizaciones alcanzaban las tierras del
mundo conocido (con la aprehensión de que faltaba mucho mundo por conocer,
según la ciencia y la tecnología que disponía la humanidad en esos
momentos). Ahora, cada quien parece que
está en su lado, porque ya no hay más mundo que conocer y solo queda el espacio galáctico, extra planetario.
De ahí la conquista del espacio y la posibilidad de establecer nuevas civilizaciones
en otro planeta más apto para que no se extinga la humanidad, y sobre todo,
para expandir el deseo ilimitadamente ontológico del poder del individuo humano.
Ya no son las
mismas, aquellas historias de piratas y corsarios surcando los océanos y mares.
Se han trasformado a otros tipos de intercambios ilegales en demarcaciones
marinas y de litorales. Existen nuevas modalidades de piratería, piratería en
los mares de la tecnología apropiada. Adiós a las historias de vikingos y
piratas del Caribe, adiós a las leyendas de Penn y Venables, Cofresí y otros que
desde Europa azotaron el Caribe insular. Ahora los piratas se han mudado,
tenemos entre nosotros los piratas en los espacios virtuales, los hackers, que
atacan sistemas tecnológicos, que invaden zonas restringidas de negocios y
corporaciones. Ya no solo tenemos piratas en el “mundo real” sino en el “mundo
virtual”, considerados más peligrosos por la magnitud de los daños que provocan
y porque constituyen una élite, a los cuales se tiene poco acceso. Precisamente
los retos mayores de los productores de tecnología es proveer garantías para el
blindaje de los sistemas, reducir el riesgo de los ataques cibernéticos.
Se está en los
albores del desarrollo de la robótica y las inteligencias artificiales. Todavía
en esa materia hay mucho camino por recorrer; pero con lo que se tiene, grupos,
corporaciones, gobiernos, propician
estados de dominios, económicos, políticos y sociales.
Parece a simple
vista que el mundo se convertido en una red que cada vez más se articula, que
no hay más camino que la interdependencia,
con algunas variables: el discurso democrático, el paradigma
mercadológico de ganar-ganar, la libertad de expresión e innovación, el cuidado
del planeta y las teorías de encontrar las maneras de vivir juntos a escala
planetaria. Pero, en realidad, detrás de esos discursos, esos objetivos, esas
metas, esos nuevos modelos paradigmáticos, encontramos puntos neurálgicos: el entrampamiento en la
red global que no es más que formas de subyugo a grupos humanos de forma más
estilizada.
El “desarrollo a
escala global” también entrampa, hace más poderosos a los poderosos, y trae
consigo más marginación, (por eso el discurso de la no exclusión), para generar
equilibrios. Oleadas de individuos humanos y no humanos estarían condenados a
su desaparición ya sea de forma provocada o sencillamente natural porque el
planeta no soportaría la vertiginosa explosión demográfica vs las formas de
gobernanzas actuales.
Podrían
interpretarse estos juicios como si fuera un telón apocalíptico; sin embargo,
los entendidos saben que no lo es. Se argumentará que la especie humana
encontrará siempre soluciones para los problemas; que las inteligencias humanas,
frente a los desafíos tendrán respuestas a cada fenómeno que puedan diezmar la
vida en el planeta. Entiendo que hay mucho de razón en este argumento, pues en
las etapas de crisis el individuo humano ha sabido sobreponerse.
Ahora bien, ¿por qué nos han robado las
revoluciones? Nadie se escaparía a la trampa global. Las revoluciones están
confinadas a grupos hegemónicos que
manejan el planeta por medio de redes globales, ya sean sociales, políticas o económicas.
Será más difícil para los seres oprimidos hacer las revoluciones. Estamos
sitiados. A eso empuja el fenómeno globalizante. Estos grupos desfavorecidos,
(que a pesar de los acuerdos entre naciones para lograr objetivos puntuales en
el presente milenio), ejercerán presión demográfica, de educación y de salud,
entre otros. Esto es así, por la atomización de las riquezas por unos pocos, el
escaso control de las economías libres y la cultura humana de salvarse primero
unos que los otros. Esto avizora un profundo desequilibrio entre los grupos
humanos.
¿Esto puede
revertirse? La reversión de este proceso por el momento no es posible. Aún nos
encontramos en los inicios del establecimiento de la agenda globalizante, que obnubila
a todos, excepto a unos cuantos, como siempre. El despertar de la conciencia tecnológica
y cuántica, trae consigo un cuestionamiento no solo ético en los escenarios
religiosos, sino biológicos, (de supervivencia) que suponen paradigmas de pensamientos
de alta complejidad a los cuales tenemos que enfrentarnos.
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