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lunes, 22 de enero de 2018

NOS HAN ROBADO LAS REVOLUCIONES.



POR VIRGILIO LÓPEZ AZUÁN.

Desde las últimas décadas del siglo XX y los años transcurridos del siglo XXI el mundo intelectual y académico habla con más regularidad del tema “guerras de civilizaciones”,  y  lo hace con criterios más elaborados y globales que cuando se analizaban las guerras acontecidas en siglos anteriores. Si se pasa revista a la historia del establecimiento de imperios encontraremos entre naciones las luchas por el dominio de las fuentes de comercio, las ansias por la expansión de territorios, por la acumulación de poder y riqueza; la imposición de culturas y religiones, entre otras motivaciones, que son las fuentes principales para las guerras y la aniquilación de civilizaciones. Solo hay que dar una mirada, a manea de ejemplo, a los imperios persa, romano, árabe, mongol y británico, que en sus épocas crearon políticas de expansión y poder, a sangre y muerte, para establecer dominios hegemónicos.


            Aunque en el transcurso de los últimos siglos han habido desplomes o suplantes de formas imperiales consideradas clásicas, aún se conservan las raíces motivaciones y humanas para establecer estados de dominios. Ahora existen nuevas maneras, nuevas técnicas, nuevas formas para que estos sectores de poder se reciclen. No importan que sean monárquicos, imperialistas, socialistas y democráticos. Establecen divisiones, exclusiones, reafirmaciones para asegurar el poder. Lo hacen de una manera bien pensada, con prácticas para el envilecimiento y la generación apatías personales y sociales. Es así que cada día el poder, político, económico y social, imprimen sus sellos subyugantes que cambian las formas de los individuos y las sociedades.

            La revolución industrial y sus impactos en los siglos XVIII, XIX y XX ,  y la revolución tecnológica y cuántica en las últimas décadas del siglo XX y siglo XXI crearon nuevos individuos articulados o desarticulados en sociedades cada vez más complejas.

            Las formas de aquilatar el poder tienen nuevas vertientes, nuevos actores y nuevas armas. El dominio del mundo en esta etapa de “pensamiento global”, no solo se basa en el poderío de los Ejércitos o Armadas, en el dominio de las fuentes de energía de origen natural o químico, en las capacidades de innovación y desarrollo tecnológico, en las articulaciones políticas de países y continentes; sino también, en el fenómeno de los mass-media y las redes sociales, que han influido en movimientos sociales y cambios de gobiernos como los sucedidos en los Estados Unidos y otros países de América y Europa.

            El desarrollo de las tecnologías atomiza y hace concentrar poder. Se manifiesta en algunos países con dominio de las armas de destrucción masivas, y la facilidad con que pueden utilizarlas.  Para muestra solo ver las controversias entre el presidente de los Estados Unidos Donald Trump y Kim Jong-un, presidente de la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte), que ambos, en su guerra mediática alardean de su poderío.

            Antes, las disputas para el establecimiento de civilizaciones alcanzaban las tierras del mundo conocido (con la aprehensión de que faltaba mucho mundo por conocer, según la ciencia y la tecnología que disponía la humanidad en esos momentos).  Ahora, cada quien parece que está en su lado, porque ya no hay más mundo que conocer y  solo queda el espacio galáctico, extra planetario. De ahí la conquista del espacio y la posibilidad de establecer nuevas civilizaciones en otro planeta más apto para que no se extinga la humanidad, y sobre todo, para expandir el deseo ilimitadamente ontológico del poder del individuo humano.

            Ya no son las mismas, aquellas historias de piratas y corsarios surcando los océanos y mares. Se han trasformado a otros tipos de intercambios ilegales en demarcaciones marinas y de litorales. Existen nuevas modalidades de piratería, piratería en los mares de la tecnología apropiada. Adiós a las historias de vikingos y piratas del Caribe, adiós a las leyendas de Penn y Venables, Cofresí y otros que desde Europa azotaron el Caribe insular. Ahora los piratas se han mudado, tenemos entre nosotros los piratas en los espacios virtuales, los hackers, que atacan sistemas tecnológicos, que invaden zonas restringidas de negocios y corporaciones. Ya no solo tenemos piratas en el “mundo real” sino en el “mundo virtual”, considerados más peligrosos por la magnitud de los daños que provocan y porque constituyen una élite, a los cuales se tiene poco acceso. Precisamente los retos mayores de los productores de tecnología es proveer garantías para el blindaje de los sistemas, reducir el riesgo de los ataques cibernéticos.

            Se está en los albores del desarrollo de la robótica y las inteligencias artificiales. Todavía en esa materia hay mucho camino por recorrer; pero con lo que se tiene, grupos, corporaciones, gobiernos,  propician estados de dominios, económicos, políticos y sociales.

            Parece a simple vista que el mundo se convertido en una red que cada vez más se articula, que no hay más camino que la interdependencia,  con algunas variables: el discurso democrático, el paradigma mercadológico de ganar-ganar, la libertad de expresión e innovación, el cuidado del planeta y las teorías de encontrar las maneras de vivir juntos a escala planetaria. Pero, en realidad, detrás de esos discursos, esos objetivos, esas metas, esos nuevos modelos paradigmáticos, encontramos  puntos neurálgicos: el entrampamiento en la red global que no es más que formas de subyugo a grupos humanos de forma más estilizada.

            El “desarrollo a escala global” también entrampa, hace más poderosos a los poderosos, y trae consigo más marginación, (por eso el discurso de la no exclusión), para generar equilibrios. Oleadas de individuos humanos y no humanos estarían condenados a su desaparición ya sea de forma provocada o sencillamente natural porque el planeta no soportaría la vertiginosa explosión demográfica vs las formas de gobernanzas actuales.

            Podrían interpretarse estos juicios como si fuera un telón apocalíptico; sin embargo, los entendidos saben que no lo es. Se argumentará que la especie humana encontrará siempre soluciones para los problemas; que las inteligencias humanas, frente a los desafíos tendrán respuestas a cada fenómeno que puedan diezmar la vida en el planeta. Entiendo que hay mucho de razón en este argumento, pues en las etapas de crisis el individuo humano ha sabido sobreponerse.

                Ahora bien, ¿por qué nos han robado las revoluciones? Nadie se escaparía a la trampa global. Las revoluciones están confinadas  a grupos hegemónicos que manejan el planeta por medio de redes globales, ya sean sociales, políticas o económicas. Será más difícil para los seres oprimidos hacer las revoluciones. Estamos sitiados. A eso empuja el fenómeno globalizante. Estos grupos desfavorecidos, (que a pesar de los acuerdos entre naciones para lograr objetivos puntuales en el presente milenio), ejercerán presión demográfica, de educación y de salud, entre otros. Esto es así, por la atomización de las riquezas por unos pocos, el escaso control de las economías libres y la cultura humana de salvarse primero unos que los otros. Esto avizora un profundo desequilibrio entre los grupos humanos.

                ¿Esto puede revertirse? La reversión de este proceso por el momento no es posible. Aún nos encontramos en los inicios del establecimiento de la agenda globalizante, que obnubila a todos, excepto a unos cuantos, como siempre. El despertar de la conciencia tecnológica y cuántica, trae consigo un cuestionamiento no solo ético en los escenarios religiosos, sino biológicos, (de supervivencia) que suponen paradigmas de pensamientos de alta complejidad a los cuales tenemos que enfrentarnos.        




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