El vocablo locutor viene del latin “locūtor, -ōris”y se le atribuye a la persona que habla ante el micrófono en las estaciones de radiotelefonía, para dar avisos, noticias, programas, etc. Por otro lado mediocre viene del latín “Mediocris” y significa “que es mediano o regular”, y en su segunda acepción, “que no tiene un talento especial o no tiene suficiente capacidad para la actividad que realiza”. Por lo tanto un locutor no debe o no puede ser mediocre. Debe tener un talento especial para comunicar, para dar avisos, para leer noticias, para realizar programas.
Si el locutor está revestido de mediocridad, nada nuevo, ni nada importante saldrá por su boca, capaz de cumplir con una función de carácter social. Entonces, el locutor es un batallador contra la mediocridad, contra la falta de talento y de capacidad.
O sea, que no basta en ser una persona con caracteres especiales para comunicar, sino que debe tener las condiciones para batallar contra las mediocridades y no ser artífice manipulador de la verdad objetiva.
Un locutor que se dedique a esta profesión con criterio y valores fundamentales, jamás podrá ejercer para dañar a los individuos o colectivos. Manipular de una forma grosera a sus oyentes por intereses mezquinos que contradicen la ética que fundamenta su ejercicio.
Si bien la manipulación forma parte de la verdad comunicacional, también es cierto que existen valores ligados a la construcción de nuevas éticas que orienta el sentido y el tamaño de la verdad.
El locutor libra grandes batallas frente al micrófono. Por eso debe estar preparado. La responsabilidad social que pesa sobre sus palabras va más allá de lo que mucha gente imagina.
Sin embargo, en una sociedad con la consecuente sustitución de valores por antivalores, a veces se escuchan voces en los medios de comunicación que no solo le hacen daño a particulares, sino a toda una sociedad. Se empieza con el mal uso del idioma y del lenguaje comunicacional, la falta de discurso objetivo y la creación de supuestos para sustentar ideas absurdas, pero que sí tienen sentido en el marco de sus intereses y la satisfacción de egos torcidos.
El locutor se expone a la controversia y al conflicto, suele arriesgar su vida por sus opiniones. Y en nuestro país podemos decir que hemos logrado, por medio de muchos sacrificios, el derecho a decir las cosas como las dictan nuestro pensamiento y la conciencia.
El micrófono y las cámaras le imprimen poder al locutor, un poder que puede generar el cambio de percepción de personas y colectivos, y que mueve intereses de todos tipos. Tienen en su voz y sus acciones una alta responsabilidad.
Como en la “Viña del Señor” hay de todo, he visto y he escuchado locutores que manipulan de manera mal sana, que son portavoces de mentiras y fabulaciones, que se las inventan en el aire, y además son capaces de ofender por placer: Esos son los mediocres.
Si el locutor está revestido de mediocridad, nada nuevo, ni nada importante saldrá por su boca, capaz de cumplir con una función de carácter social. Entonces, el locutor es un batallador contra la mediocridad, contra la falta de talento y de capacidad.
O sea, que no basta en ser una persona con caracteres especiales para comunicar, sino que debe tener las condiciones para batallar contra las mediocridades y no ser artífice manipulador de la verdad objetiva.
Un locutor que se dedique a esta profesión con criterio y valores fundamentales, jamás podrá ejercer para dañar a los individuos o colectivos. Manipular de una forma grosera a sus oyentes por intereses mezquinos que contradicen la ética que fundamenta su ejercicio.
Si bien la manipulación forma parte de la verdad comunicacional, también es cierto que existen valores ligados a la construcción de nuevas éticas que orienta el sentido y el tamaño de la verdad.
El locutor libra grandes batallas frente al micrófono. Por eso debe estar preparado. La responsabilidad social que pesa sobre sus palabras va más allá de lo que mucha gente imagina.
Sin embargo, en una sociedad con la consecuente sustitución de valores por antivalores, a veces se escuchan voces en los medios de comunicación que no solo le hacen daño a particulares, sino a toda una sociedad. Se empieza con el mal uso del idioma y del lenguaje comunicacional, la falta de discurso objetivo y la creación de supuestos para sustentar ideas absurdas, pero que sí tienen sentido en el marco de sus intereses y la satisfacción de egos torcidos.
El locutor se expone a la controversia y al conflicto, suele arriesgar su vida por sus opiniones. Y en nuestro país podemos decir que hemos logrado, por medio de muchos sacrificios, el derecho a decir las cosas como las dictan nuestro pensamiento y la conciencia.
El micrófono y las cámaras le imprimen poder al locutor, un poder que puede generar el cambio de percepción de personas y colectivos, y que mueve intereses de todos tipos. Tienen en su voz y sus acciones una alta responsabilidad.
Como en la “Viña del Señor” hay de todo, he visto y he escuchado locutores que manipulan de manera mal sana, que son portavoces de mentiras y fabulaciones, que se las inventan en el aire, y además son capaces de ofender por placer: Esos son los mediocres.
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