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jueves, 22 de julio de 2010

POEMAS DE VIRGILIO LOPEZ AZUAN

SALTAN PECES



Saltan peces a las manos, kilómetros de cielo señalan las hambres y los pescadores. Saltan peces como locos, con gramos de escamas y centellas, con faros y olas de altas horas. Cuántas aguas debajo de la barca, cuántas chispas, cuántas aguas. Cuánta luz de las manos son lanzadas. Salta el cielo y salta el mar a la barca, tempestad presentada, algas en sigilo, apurada la tarde, desesperada. Saltan voces a la barca, dormidos los ojos, aguas atormentadas. Planos de abismos verdes, daga ardiente en la muerte derramada. Saltan peces por los puntos cardinales, espirales de sueños, manos crispadas en la tormenta que viento hala. Salta el viento a la barca, llevando los vicios del alma, las paredes rosadas de un sueño en la playa. Saltan peces y más peces a la barca, rojos crepúsculos llaman, con nubes marcadas, colores sin nombre en la encarnadura de cuerpos nuevos. Saltan peces a la barca, a todas las barcas que calman tempestades en la revuelta ceniza de la noche, en el sueño del fuego que fue ceniza en los destellos. Saltan peces a las casas, a las puertas y a los aleros, a la boca de los blasfemos, mordidos de mentiras en la playa. Una vez más el milagro, del sueño primigenio saltan peces a la memoria, nos traen sus escamas y sus papiros, nos traen el Mar Muerto con aletas de gloria. Cuando todo está perdido, la locura confundida en sobre el mar y sus marejadas, sobre la barca enmarañada, sin que el aparezca el horizonte..., entonces, saltan peces a la barca, levantan el cuerpo dormido, y luego calma.


SEÑALES Y MÁS SEÑALES




Señales, tantas y tantas señales, en la tierra como en el cielo, en la flama y el incendio. Señales en los sentidos, abrumados destellos que se muestran, que te alumbran y te contemplan. En las noches, en los días, en los minutos y en la azotea, en el reloj de arena y en la arena del reloj cuando se voltea. Nos tocan el hombro, rezan por nosotros, y claman calladas a la flor y los naufragios. Si canta el gallo, tres veces advertido, y la estrella te guía y la serpiente te escupe con su voz de manzana. Ángeles con trompetas minerales, anuncian otras guerras, otros sonidos de tambores, cuentas pendientes, tiques y magia. Señales de humo, de Morse, lenguaje de asombros, pitidos de inciensos. Estrellas fugaces, espejos y destellos, gatos negros, trébol perverso. Gigantes en los aires, caminos tatuados. Guiños, señales de la muerte, loca alborotada en mitad de la puerta. Señales que abruman, caprichos y mixtura, manos en los caminos y canciones de cuna.  Señales y más señales, chaparrones desmedidos, vivos conciertos, despiertos y despedidos. Señales en el agua, en el aire y en los vuelos; en los ojos del perro y las escaleras, en la tregua y en las guerras, en el jabón y en las toallas. Señales que apuntan, que te halan y te buscan, y en filo de la daga señales del verbo, tos del pulmón, señal de madrugada.


AQUELLOS DILUVIOS

Tengo mi arca para los próximos diluvios, tengo las aves y el camino, las estrellas que guardan sortilegios. Tengo mis uvas y mis vinos, el pueblo lejano, el bien y el mal en los remos. No seremos estatuas de sal, que vuelven sus ojos a Sodoma, ni los Apocalipsis crepusculares, no seremos aguas estancadas, ni flores nenúfar. No, no seremos los mismos después de las aguas, quizá seremos perros viejos que ladran y escupen mariposas o carros de fuegos o resinas, quizá seremos recuerdos tatuados en los milenios. No seremos los mismos, pero siempre nuevos, aquellos diluvios que vuelven desnudos, arrasándolo todo. Y como hojas secas navegamos sobre el vacío, la existencia y la noche partida en mil pedazos de lunas. Aquellos diluvios nos diluvian y no arrasan, y nos devuelven porque no pueden con tanta rabia de vida, no pueden con tantos horizontes en las miradas. Aquellos diluvios con todas las arcas llenas de mares, de  peces sedientos y destierros. Atrás las estatuas de sal, los males de amores, atrás las cárceles de bocas cerradas. Conservamos el sol de todos los días, las parejas y las medidas, buscamos otros bazares y otras vendimias., buscamos otras bullas y otros tiempos. Llevamos metales en las manos, archivos quemados, llevamos para los sueños todas las madrugadas. Aquellos diluvios nos dejaron caracolas floridas en las playas, piedras blancas asombradas, vidrios pulidos de pupilas dilatadas. Nos iremos para ser los nuevos, los que perdieron el culto al sol de las mañanas, los que no huirán de las sombras, porque fueron conjuradas. No tendremos más corderos, sacrificios de sangre y fuego, no volveremos la vista atrás, ni veremos el lucero de los otros, porque inventaremos otros asombros, otras sonrisas de locos fugados. Después de los diluvios vendrán otros diluvios, espejos del rumbo, de vuelta a los espejos, en su viaje circular para nacer de nuevo. Aquellos diluvios son los nuestros, son los regresos y tengo mi arca y mis dedos, tengo mis palomas, mis caballos y mis vacas para los diluvios eternos.

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